domingo, 26 de enero de 2020

El olor del miedo

Al igual que otros animales, los humanos podemos oler el temor en nuestros congéneres. Una serie de sustancias del sudor corporal transmiten el mensaje. También modifican la propia conducta sin que seamos conscientes de ello





EN SÍNTESIS

El sudor que causa el miedo contiene sustancias que las demás personas reconocen sin darse cuenta.
Cuando sentimos un temor profundo, enviamos un mensaje de alarma oloroso a nuestros congéneres, quienes perciben la advertencia de peligro a través del sentido olfativo.
Los sujetos advertidos pueden reaccionar de forma combativa o defensiva, dependiendo de la situación.

  En el mundo de los insectos, cuando las larvas de chinche de encaje de la berenjena       Gargaphia solani) se ven atrapadas por un mariquita hambrienta o un escarabajo voraz transmiten un olor de alarma.  
 Ciertas glándulas alojadas en la parte posterior de su cuerpo segregan de inmediato la sustancia de alerta característica en la especie, el geraniol. Al instante, los congéneres
que se encuentran en las inmediaciones saben del peligro, de manera que se dan raudos a la fuga.
Entre los mamíferos, el ciervo mulo de Norteamérica, si se siente amenazado, desprende una secreción con un fuerte olor a ajo, aroma que eleva el estado de alerta del resto del rebaño.
En el reino animal existen múltiples ejemplos de especies que se sirven de sustancias corporales olorosas como señal de alarma en situaciones de peligro. Por lo común, este tipo de mensajes solo los perciben los animales de la misma especie.

Cuando una rata huele el aire de una habitación en la que se ha sometido a una compañera a un estado de pánico mediante una sesión de electrochoques, aumentan su temperatura corporal y el miedo. Sin embargo, la transpiración de una rata asustada no ejerce efecto alguno sobre otras especies de roedores.
Los investigadores sugieren que los mamíferos perciben las señales invisibles gracias a una parte del cuerpo concreta, el órgano vomero nasal. Este capta, gracias a unas pequeñas aperturas en el tabique nasal, las moléculas mensajeras que se transmiten por el aire. 
Una rata a la que se ha extraído dicho órgano mediante cirugía no reacciona ante el olor de un congénere preso del miedo.

También los humanos desarrollamos un órgano vomero nasal durante el estado embrionario. No obstante, este parece perder su función antes de nacer, pues las células receptoras mueren. De todos modos, las personas podemos intercambiar mensajes químicos mediante un segundo grupo de receptores que se alojan en la mucosa nasal, según hallaron en 2006 los fisiólogos Linda Buck y Stephen Liberles, del Instituto Médico Howard Hughes de Seattle.
 A diferencia de los receptores olfatorios con los que percibimos todo tipo de olores, estas estructuras receptoras reaccionan sobre todo ante las feromonas (sustancias químicas para la comunicación entre individuos de la misma especie). ¿Percibimos los humanos el miedo de nuestros iguales a través de la nariz? Muchas personas aseguran que pueden distinguir el olor a sudor frío.
 Hace más de un decenio que se ha confirmado esta capacidad.



Temor conservado en probetas


En 2004, el equipo dirigido por la psicóloga social Bettina Pause, por entonces en la Universidad de Kiel, recogió muestras de sudor de estudiantes que esperaban ante la puerta del despacho de su profesor para llevar a cabo un examen final decisivo. A continuación, los investigadores dieron a olfatear estos vapores a una serie de probandos
quienes, al mismo tiempo, evaluaban las expresiones de unos rostros que aparecían en la antalla de un ordenador. Quien había olido el sudor a miedo se mostraba menos propenso a atribuir a las caras que habían aparecido en un inicio con gesto amable una intención igualmente benévola cuando, en una segunda ocasión, exhibían una expresión neutra.

A fin de comprobar los efectos que el olor a miedo ejercía en la conducta, en 2010 nuestro equipo interdisciplinario de la Clínica de la Universidad Ludwig Maximilian de Múnich reclutó a 21 varones sanos. Durante dos días, estos participantes debían lavarse con gel de año de olor neutro, evitar el consumo de especias fuertes (entre ellas el curry) y alimentos como el ajo, además de no fumar. A continuación llevaron a cabo dos series de 30 minutos de ejercicio físico con discos de algodón bajo las axilas, los cuales se les habían colocado previamente con el objetivo de obtener muestras de sudor. Ya que la razón del experimento era conocer si el olor axilar denotaba en los humanos la emoción de miedo, el escenario de las pruebas constituía un factor crucial. 


Organizamos el experimento en un parque aéreo. Entre otras actividades, los sujetos debían trepar a un poste de 7 metros de altura y 25 centímetros de diámetro, ponerse de pie en la cima y, sin ayuda de apoyo, saltar al vacío. Durante la mayor parte del tiempo, la cuerda para amortiguar la caída se mantuvo flexible, con lo que se impedía que los articipantes fueran en todo momento conscientes de que contaban con un sistema de protección. Al finalizar los ejercicios de altura, se retiraron las almohadillas de algodón de las axilas y se depositaron en un congelador a menos de 40 grados centígrados para conservar el olor.
Unos días más tarde se llevó a cabo una nueva prueba con los mismos probandos. Esta vez el objetivo consistió en hacerlos sudar, mas sin que pasaran miedo. Por ello se les pidió que pedalearan durante dos sesiones de 30 minutos cada una sobre bicicleta ergómetro. Ambas muestras de olor, tanto la del sudor debido al miedo como la correspondiente al esfuerzo físico, nos sirvieron para analizar la influencia de
los aromas en la conducta de riesgo de otros individuos. Los sujetos de esta prueba se mpleaban, a través del ordenador, en un juego de cartas contra un adversario ficticio. Bajo la nariz se les colocó una bolsita de té que contenía un pedazo de algodón de una de las dos pruebas anteriores. En cada ronda debían elegir entre una jugada poco arriesgada pero que aportaba rendimientos escasos o una de mayor riesgo que daba grandes beneficios.
Constatamos que los jugadores que olfateaban el sudor del miedo elegían con mayor frecuencia la opción arriesgada que los probandos ambientados con el sudor por el esfuerzo físico. En otras palabras, bajo la influencia de las señales químicas del miedo el juego se volvía más agresivo. Ahora bien, estos sujetos tardaban más en decidirse
cuando elegían la opción arriesgada. Los resultados sugieren varias respuestas. Por
un lado, el olor del sudor que provoca la sensación de miedo (una señal de advertencia importante en el reino animal) podría activar la reacción de
lucha o huida. 

De hecho, el olor del miedo produjo en nuestros participantes una mayor predisposición al riesgo, fenómeno que puede interpretarse como reacción de ataque o de lucha. Por otro lado, es posible que los probandos también interpretaran de forma inconsciente las sustancias químicas de alarma como una señal de temor por parte del adversario y, por consiguiente, reaccionaran con mayor atrevimiento. Asimismo, la demora al tomar una decisión podía indicar que les había invadido el pánico y no sabían cómo actuar. En
ese caso, el riesgo no lo habrían asumido por una sensación de superioridad, sino más bien por inconsciencia.

Este trabajo analiza la influencia de las señales químicas de miedo sobre el comportamiento durante un juego de cartas, pero ¿qué efecto tiene el olor en otras situaciones? Para averiguarlo, empleamos los aromas congelados en otro estudio.
Esta vez con 20 mujeres que debían rellenar varios cuestionarios mientras olfateaban uno de los dos sudores. Oliesen uno u otro, todas las participantes coincidieron en lo agradable, intensivo o masculino que encontraban el aroma. Asimismo, todas obtuvieron resultados parecidos en la prueba de concentración. Sin embargo, las mujeres que olían el sudor debido al temor obtuvieron valores más altos en el cuestionario que preguntaba sobre su estado de miedo en esos momentos.

En general, parece que nos angustiamos cuando percibimos señales olorosas de congéneres en estado de miedo. En una situación inofensiva, como una partida de cartas, ello conduce a una reacción de lucha: los jugadores se comportan con más agresividad. No obstante, es muy probable que las reacciones difieran en el caso de una situación peligrosa, ya que las señales de temor pueden reducir la predisposición al riesgo y provocar, por el contrario, la reacción de huida. 
El hallazgo de que bajo la influencia del olor de alarma se necesita más tiempo para tomar una decisión encaja con estudios anteriores. En 2006, el equipo de Denise Chen, de la Universidad Rice de Houston, solicitó a un grupo de probandos que decidieran, por rondas, si las dos palabras que se les presentaban encajaban o no. Los participantes
a los que se les dio a oler el sudor producido por el miedo obtuvieron mejores resultados, pero tardaban más en decidir la respuesta. 

Preferimos aromas humanos

Si bien el olor a sudor influye sobre nuestro comportamiento, ¿qué centros del cerebro interpretan estas señales? En 2007, el equipo de Johan Lundström, de la Universidad McGill de Montreal, midió la actividad cerebral que desencadenaban los olores corporales en comparación con otros aromas parecidos. Se valieron para ello de la tomografía
por emisión de positrones (PET). Repartieron entre los participantes unas camisetas a las que se habían cosido almohadillas de celulosa en la zona de las axilas.

 Los voluntarios debían dormir con ellas durante varios días consecutivos.  A continuación, los científicos fabricaron un aroma artificial a base de comino, anís e indol, mezcla responsable, entre otros, del aroma que desprenden las flores del jazmín. En una prueba previa, ocho participantes valoraron el olor de esta combinación como «muy parecido» al aroma corporal humano. El cerebro de los probandos, no obstante, supo distinguir un olor de otro: el sudor humano activó las redes neuronales responsables del procesamiento de las emociones, es decir, aquellas que se alojan en la parte posterior del giro cingulado del sistema límbico. Según concluyeron los autores, el cerebro da preferencia a los olores corporales antes que a otros, del mismo modo que los estímulos visuales y acústicos de significado social suscitan mayor atención.
Todavía sabemos poco sobre el procesamiento cerebral de las señales de miedo. En 2009, el equipo de Pause, en la actualidad en la Universidad de Düsseldorf, y un grupo de científicos dirigidos por Lilianne Mujica-Parodi, de la Universidad de Stony
Brook, estudiaron por separado este aspecto. Llegaron a la misma conclusión: el sudor a causa del miedo activa sobre todo las áreas cerebrales responsables de las reacciones emocionales y la comprensión social (la amígdala y el giro fusiforme del lóbulo temporal, entre otras), fenómeno que no sucede con el olor a transpiración por esfuerzo físico.
Todo apunta, pues, a que las personas revelamos nuestro estado emocional a través del olor corporal. Incluso podemos, hasta cierto punto, influir con él sobre la conducta de los demás congéneres. Aunque todavía se desconocen las sustancias que asumen dicha función mensajera, los futuros estudios deberán analizar al detalle la composición química del sudor humano. Ello posibilitará el estudio de estrategias que desactiven su efecto, de manera que pueda evitarse que cunda el pánico en los actos multitudinarios  

Autor: 

JESSIC A FREIHERR, K ATRIN HAEGLER Y M ARTIN WIESM ANN

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