domingo, 26 de febrero de 2012

Viajar a Marte y quedarse allí

Son muchas las dificultades de un viaje tripulado de ida y vuelta a Marte. Como es natural, el coste de enviar una nave con astronautas es muy superior al de las sondas con robots, algo que ya se ha hecho con éxito.




Hay razones importantes para ir a Marte. Colonizar otro mundo es un seguro de vida para el caso de que el nuestro de origen, la Tierra, se hiciese algún día inhabitable. No olvidemos la nada desdeñable posibilidad de desastre planetario: la destrucción nuclear, el impacto de meteoritos, el agotamiento de los recursos, la superpoblación. O simplemente la posibilidad de que nuestra ciencia y tecnología se estanquen y dejen de estar a la altura de los exigentes retos de nuestra supervivencia.
Y una colonia en Marte nos proveerá de mejores herramientas de indagación científica. La planetología, la geología, la biología evolutiva son solo algunas de las disciplinas que se beneficiarían enormemente.
En la década de 1970, tras las misiones Apolo, todo el mundo daba por hecho que estaríamos en Marte antes del 2000. En 1957 se puso en órbita el Sputnik, inaugurándose la Era Espacial, y solo doce años más tarde, pusimos pie en la Luna. ¿Cómo no íbamos a llegar a Marte antes de fin de siglo? Pues no llegamos. En las últimas décadas se han hecho muchos progresos en la exploración del Sistema Solar, pero mediante sondas no tripuladas. A Marte mismo, con las misiones Viking de 1976 o la Mars Pathfinder de 1997. Pero lo realmente excitante sería ver de nuevo a seres humanos caminando sobre la superficie de otro mundo, como sucedió con la Luna en 1969, 1971 y 1972.
Sin billeta de vuelta
Proyectos para ir a Marte, se han propuesto unos cuantos. Se han publicado libros, pronunciado conferencias, abierto mesas de debate. Ha habido (y habrá) vagos compromisos de presidentes norteamericanos. Pero la cosa sigue encallada. La razón principal del encallamiento, aparte claro esta de la desaparición de la competencia política de la URSS, no es otra que el brutal coste de un proyecto que se encuentra en el límite de la tecnología actual. Pero existe un modo de simplificar el problema: volar a Marte para quedarse allí.
La idea en realidad no es nueva y se propuso por primera vez en 1990. Buzz Aldrin el legendario “segundo hombre en la Luna” es uno de sus voceros. En octubre de 2010, Dirk Schulze-Makuch y Paul Davis vuelven a poner la cosa en primer plano con la publicación de un artículo en The journal of Cosmology titulado To boldly go: one-way human mission to Mars. No se trata solo de reducir drásticamente los costes al renunciar al billete de vuelta, sino sobre todo de sentar las bases de una colonia marciana permanente, y que iría desarrollándose a lo largo de décadas y siglos.
Para el viaje inicial se escogerían cuatro personas con un marcado perfil científico-tecnológico, una de ellas con formación médica. Los cuatro serían de edad más bien madura, superado ya el “pico” de la edad reproductiva. Los voluntarios habrían de tener claro que ya no volverían a la Tierra. Los cuatro escogidos irían en grupos de dos en un par de naves idénticas y con el mismo equipamiento e instrumental.
Primera colonia
El lugar de aterrizaje se habría escogido previamente con sumo cuidado. En Marte existen estructuras cavernosas de lava que podrían servir de guarida a los colonos, y protegerlos de la radiación. En dichas cavernas, cercanas a lo que en su día fue el océano septentrional, existe hielo de agua, lo que facilitaría la autonomía de la colonia, permitiendo la obtención de agua y oxígeno.
Previamente a este primer viaje tripulado, se habrían enviado sondas robóticas que dejarían en el lugar escogido alimentos para un total de dos años y una fuente de energía, un reactor nuclear, además de vehículos rover y otros equipamientos. Tras el establecimiento de esta primera colonia, se irían enviando periódicamente desde la Tierra sondas con nuevos recursos. Con el tiempo, la colonia iría abasteciéndose a sí misma mediante cultivos, tecnología de obtención de oxigeno, agua, minerales, nutrientes, etc. A lo largo de las décadas, nuevas misiones tripuladas irían añadiéndose a la primera, y la población de colonos iría aumentando. La humanidad podrá reivindicar un nuevo planeta, quizá tan pronto como de aquí a un siglo o dos, con centenares o tal vez miles de personas en varias colonias.
Pero el proyecto exige visión a largo plazo y, como dicen Schulze-Makuch y Davis en su artículo, el principal escollo es el cortoplacismo de políticos y también de ciudadanos. Habría que recuperar el espíritu de los antiguos pioneros, como aquellos del Mayflower, que no esperaban realmente volver a Europa. O el de los exploradores y descubridores del pasado, tipo Colón o Amundsen. Y no olvidemos que los protagonistas de esta nueva odisea estarán tal vez mejor que sus antecesores. Al menos, contarán con la tecnología y sofisticadas comunicaciones instantáneas con la Tierra.
Dirk Schulze-Makuch, Ph.D., and Paul Davies, Ph.DTo boldly go: A one-way human mission to Mars. Journal of Cosmology, 2010, Vol 12, 3619-3626.
JournalofCosmology.com, October-November, 2010

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