Los adeptos a la secta antivacunas pontifican sobre democracia y libertad de elección e información, aunque sin embargo en EEUU se están volviendo cada vez más agresivos y dictatoriales.
Hace unos días el periódico estadounidense “Los Angeles Times” se hacía eco de un comportamiento cada vez más habitual en las redes sociales consistente en atacar, insultar y hasta perseguir a cualquier médico que haya tenido la osadía de hacer algún comentario a favor de una de las más poderosas herramientas desarrolladas por la moderna medicina científica: las vacunas.
Así en el artículo se expone el caso de la Dra. Dana Corriel, una médico que en septiembre del año pasado informó en su cuenta de Facebook que ya estaba disponible la vacuna contra la gripe y animó a los ciudadanos a que se vacunaran. En pocas horas, su cuenta se llenó con miles de comentarios del variopinto colectivo antivacunas. Al principio, la inocente doctora decidió permitir que los comentarios se siguieran publicando en su perfil, con la esperanza de que al presentar ella datos científicos eso sirviera para educar, aunque fuera mínimamente, a estos prepotentes ignorantes sobre la importancia tanto individual como colectiva de las inmunizaciones.
Sin embargo, sus racionales argumentos no sólo no sirvieron de nada, sino que comenzó a recibir insultos del tipo “puta de las vacunas” y “asesina de niños”, además de múltiples descalificaciones sobre su profesionalidad de personas que, aunque nunca había tratado en su consulta puesto que la mayoría de ellos eran de otras ciudades distintas a su lugar de trabajo o incluso de estados muy alejados de su residencia, la calificaba de inútil, inepta o de corrupta vendida a las siempre malvadas multinaciones farmaceúticas, cuando en realidad el verdadero negocio de estas corporaciones sería el de dejar de vacunar para que así ellas pudieran vender toda la panoplia de medicamentos necesarios para mantener con vida a los millones de infectados que la ausencia de estas más que eficaces vacunas dejarían entre la desprotegida población.
Además, uno de estos ignorantes encontró la dirección de su consulta y le envió un libro antivacunas. Finalmente, visto el nivel de agresividad y de cercanía, la médico se sintió amenazada y acabó borrando su más que pertinente comentario inicial para poder intentar recobrar un poco de tranquilidad tanto personal como profesional.
Y este tipo de campañas se están volviendo más habituales y están cada vez más coordinadas en EEUU, en donde los grupos de antivacunas en las redes sociales cuentan con decenas de miles de combativos (y cada vez más agresivos) “expertos” autodidactas en inmunología o virología que, por supuesto, no sólo no tienen titulación alguna, sino que la mayoría de las veces no saben qué es un virus o cómo actúa un linfocito T.
Aunque eso sí, estos analfabetos del siglo XXI se permiten el indecente y más que peligroso lujo de cuestionar unos tratamientos que cada año salvan la vida de millones de personas en todo el mundo y que si se dejaran de administrar nos retrotraerían a esos no tan lejanos tiempos en donde los humanos éramos pasto de las más diversas pandemias.
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