Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 15 de junio de 2011

Tienen razón, en parte. El título de esta columna promete compartir el gozo de la ciencia, la “experiencia científica”, afín a la experiencia estética que nos producen las obras de arte, pero que antes pasa necesariamente por la razón. El asombro que nos produce la imagen que la ciencia nos da del mundo que nos rodea es siempre el asombro de entender… y luego maravillarse por lo que se ha entendido.
Pero en el mundo no todo es gozo, y la ciencia también tiene sus aspectos odiosos… sobre todo la falsa ciencia. Basta con ver la cantidad de productos milagro que se ofrecen por televisión para darse una idea de cuántos charlatanes se hacen ricos aprovechándose de la credulidad y buena fe de un público que está en una posición desventajosa para darse cuenta siquiera de que se está insultando su inteligencia.
Pero más allá de la falta de respeto y el engaño burdo, los charlatanes tienen un efecto nocivo en la sociedad: fomentan la credulidad, la tendencia a creer cosas sin fundamento. Y una vez abierta la puerta de la creencia acrítica, pueden colarse por ella ideas realmente peligrosas, como la de el VIH-sida no es contagioso o la de que un aparatito con una antena puede “detectar” moléculas de droga o explosivos. Es cuestión de tiempo para que el fraudulento "detector molecular" GT-200, usado por las fuerzas armadas de México en el combate al narco, produzca un accidente grave. Por el momento, al señalar azarosamente, han provocado numerosas violaciones a los derechos humanos de ciudadanos inocentes, que son registrados y hostigados inútilmente.
Sí: las charlatanerías dañan. Vale la pena combatirlas, aunque no siempre sea agradable.
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