domingo, 28 de febrero de 2021

Marte, un planeta dinámico

 Tras 15 años en órbita, la sonda Mars Reconnaissance Orbiter ha cambiado nuestra visión del planeta rojo


CRÁTER DE IMPACTO: A lo largo de sus 15 años en órbita alrededor del planeta rojo, la sonda Mars Reconnaissance Orbiter ha visto aparecer centenares de nuevos cráteres. En la imagen se aprecia un cráter de impacto de ocho metros de diámetro descubierto en 2016 por la cámara Context, el cual no estaba cuando la sonda sobrevoló la zona en 2012. Marte recibe más impactos de asteroides que la Tierra, ya que su atmósfera, más tenue, le ofrece una protección mucho menor.
[NASA, LABORATORIO DE PROPULSIÓN A CHORRO (JPL) Y UNIVERSIDAD DE ARIZONA]


Marte, cuyo paisaje se pensaba estático y polvoriento, se halla en constante cambio. No fue hasta la llegada de la sonda espacial Mars Reconnaissance Orbiter (MRO), de la NASA, cuando comenzamos a observar dunas movedizas, cambios estacionales y remolinos de polvo por todo el planeta. La sonda ha cumplido hace poco 15años en órbita alrededor de nuestro mundo vecino, donde ha catalogado una amplia variedad de estructuras geológicas gracias a sus cuatro instrumentos científicos y sus tres cámaras. «Nunca habíamos contado con una resolución tan buena durante un período lo suficientemente largo para observar cambios en la superficie», señala Richard Zurek, científico del proyecto MRO y miembro del Laboratorio de Propulsión a Chorro, en California. «Hoy podemos ver que Marte es un planeta dinámico.»

Con más de 400 terabits de datos transmitidos a la Tierra a lo largo de los años, la sonda, lanzada en 2005, no solo ha referido numerosos hallazgos relativos a la atmósfera y la superficie de Marte, sino también —gracias a su radar— al material subsuperficial del planeta. Asimismo, se ha empleado como satélite de comunicaciones para transmitir mensajes procedentes de los distintos módulos de aterrizaje y robots exploradores que han visitado el suelo marciano durante su permanencia en órbita. Hoy la sonda sigue gozando de buena salud y dispone de combustible suficiente para continuar funcionando durante al menos otros 15 años, siempre y cuando sus instrumentos lo resistan. «Por supuesto, siempre podrán producirse averías inesperadas, como en un coche viejo», apunta Leslie Tamppari, científica adjunta del proyecto MRO y miembro del Laboratorio de Propulsión a Chorro. «Pero esa longevidad nos permitiría ampliar verdaderamente nuestro conocimiento sobre Marte. Hay aspectos que solo podremos dilucidar si disponemos de un largo historial de observaciones de referencia.»

Al mismo tiempo, la sonda ha expuesto la belleza de Marte y ha revelado un mundo alienígena que guarda sorprendentes similitudes con el nuestro. Al igual que muchas de las fotografías del telescopio espacial Hubble y otros observatorios, las imágenes de la MRO no son solo ciencia; son también objetos de arte. Zurek recuerda el día en que Alfred McEwen, investigador principal del Experimento Científico de Imágenes de Alta Resolución (HiRISE), visitó el Laboratorio de Propulsión a Chorro: «En la secretaría le dijeron: “Siga el pasillo y cuando llegue al cuadro impresionista gire a la izquierda”. Recorrió el pasillo y vio que el cuadro impresionista era, en realidad, una foto de Marte tomada por su cámara».

AVALANCHA POLAR: Una nube de escombros, probablemente formada durante una avalancha, sobrevuela un área del polo norte marciano. La imagen, tomada en 2010 por la cámara del Experimento Científico de Imágenes de Alta Resolución (HiRISE), muestra un abrupto acantilado compuesto por capas de hielo de agua cubiertas por una escarcha blanca y brillante de dióxido de carbono. El fenómeno se observa con frecuencia en cada primavera marciana, lo que sugiere que el polo norte del planeta rojo experimenta una temporada de avalanchas cuando la luz solar y el calor agrietan el hielo formado durante el invierno. [NASA, LABORATORIO DE PROPULSIÓN A CHORRO (JPL) Y UNIVERSIDAD DE ARIZONA]<br /><br />
AVALANCHA POLAR: Una nube de escombros, probablemente formada durante una avalancha, sobrevuela un área del polo norte marciano. La imagen, tomada en 2010 por la cámara del Experimento Científico de Imágenes de Alta Resolución (HiRISE), muestra un abrupto acantilado compuesto por capas de hielo de agua cubiertas por una escarcha blanca y brillante de dióxido de carbono. El fenómeno se observa con frecuencia en cada primavera marciana, lo que sugiere que el polo norte del planeta rojo experimenta una temporada de avalanchas cuando la luz solar y el calor agrietan el hielo formado durante el invierno. [NASA, LABORATORIO DE PROPULSIÓN A CHORRO (JPL) Y UNIVERSIDAD DE ARIZONA]

SUPERFICIE CAMBIANTE: Una variedad de asombrosas texturas tapizan la polvorienta superficie de Marte. Sobre las laderas de Nectaris Montes, en el cañón Coprates Chasma, ondulan enormes dunas (<em>arriba</em>). En el cráter Russell (<em>centro</em>), las dunas se ven surcadas por canales estrechos causados por el deslizamiento de fragmentos de hielo de dióxido de carbono. Los canales oscuros parecen surgir y redistribuirse de forma estacional, por lo que han mostrado trayectorias diferentes cada año que la sonda los ha fotografiado. Las laderas de un cráter situado en la región Arabia Terra (<em>abajo</em>) presentan otro tipo de líneas, originadas cuando el polvo forma aludes que caen por los laterales de la depresión circular. [NASA, LABORATORIO DE PROPULSIÓN A CHORRO (JPL) Y UNIVERSIDAD DE ARIZONA]<br /><br />
SUPERFICIE CAMBIANTE: Una variedad de asombrosas texturas tapizan la polvorienta superficie de Marte. Sobre las laderas de Nectaris Montes, en el cañón Coprates Chasma, ondulan enormes dunas (arriba). En el cráter Russell (centro), las dunas se ven surcadas por canales estrechos causados por el deslizamiento de fragmentos de hielo de dióxido de carbono. Los canales oscuros parecen surgir y redistribuirse de forma estacional, por lo que han mostrado trayectorias diferentes cada año que la sonda los ha fotografiado. Las laderas de un cráter situado en la región Arabia Terra (abajo) presentan otro tipo de líneas, originadas cuando el polvo forma aludes que caen por los laterales de la depresión circular. [NASA, LABORATORIO DE PROPULSIÓN A CHORRO (JPL) Y UNIVERSIDAD DE ARIZONA]

REMOLINOS DE POLVO: Un fenómeno meteorológico común a la Tierra y a Marte son los remolinos de polvo, columnas de arena que ascienden en espiral alrededor de una bolsa de aire a baja presión. El de la primera imagen (<em>arriba</em>), captado en 2019 por la cámara HiRISE, se eleva unos 650 metros, tal y como demuestra la longitud de la sombra que se extiende hacia la derecha. Al moverse sobre la superficie marciana y levantar el polvo que encuentran a su paso, los remolinos de polvo trazan serpenteantes surcos oscuros (<em>abajo</em>). [NASA, LABORATORIO DE PROPULSIÓN A CHORRO (JPL) Y UNIVERSIDAD DE ARIZONA]
REMOLINOS DE POLVO: Un fenómeno meteorológico común a la Tierra y a Marte son los remolinos de polvo, columnas de arena que ascienden en espiral alrededor de una bolsa de aire a baja presión. El de la primera imagen (arriba), captado en 2019 por la cámara HiRISE, se eleva unos 650 metros, tal y como demuestra la longitud de la sombra que se extiende hacia la derecha. Al moverse sobre la superficie marciana y levantar el polvo que encuentran a su paso, los remolinos de polvo trazan serpenteantes surcos oscuros (abajo). [NASA, LABORATORIO DE PROPULSIÓN A CHORRO (JPL) Y UNIVERSIDAD DE ARIZONA]

DUNAS FAMILIARES: Las crestas de las dunas que se elevan sobre el suelo marciano recuerdan al satén arrugado. Los científicos estudian la morfología de las dunas para entender la geología del planeta rojo. Por ejemplo, algunos de los picos curvados mostrados aquí se asemejan a los barjanes, un tipo de duna que se forma cuando el viento sopla de manera constante en una sola dirección: algo frecuente tanto en los desiertos terrestres como en los marcianos. [NASA, LABORATORIO DE PROPULSIÓN A CHORRO (JPL) Y UNIVERSIDAD DE ARIZONA]
DUNAS FAMILIARES: Las crestas de las dunas que se elevan sobre el suelo marciano recuerdan al satén arrugado. Los científicos estudian la morfología de las dunas para entender la geología del planeta rojo. Por ejemplo, algunos de los picos curvados mostrados aquí se asemejan a los barjanes, un tipo de duna que se forma cuando el viento sopla de manera constante en una sola dirección: algo frecuente tanto en los desiertos terrestres como en los marcianos. [NASA, LABORATORIO DE PROPULSIÓN A CHORRO (JPL) Y UNIVERSIDAD DE ARIZONA]

Autora del artículo: Clara Moskowitz

sábado, 6 de febrero de 2021

Las matemáticas de la calceta

 Dos físicos han desarrollado una teoría matemática para predecir las propiedades de los tejidos de punto.



¿Busca un nuevo pasatiempo? ¿Qué tal hacer calceta? La física del Instituto de Tecnología de Georgia Elisabetta Matsumoto no duda en recomendarlo. Es una apasionada del punto desde que era niña y posee numerosos libros con instrucciones para crear diversos patrones a partir de puntos simples, usando hilo de lana y dos agujas de tricotar.

Como buena científica, Matsumoto empezó a pensar un poco más en su afición y en el hecho de que pequeños cambios casi imperceptibles en el patrón de punto puedan influir tanto en el resultado final. Por ejemplo, si se usan puntos de un solo tipo, el tejido se enroscará en los bordes. En cambio, si combinamos dos tipos, la prenda resultante será totalmente lisa.


Y las propiedades mecánicas de un tejido también dependen en gran medida del patrón de punto: algunos son más elásticos, mientras que otros son más rígidos y apenas se pueden estirar. De hecho, las prendas de punto tienen una propiedad bastante inusual: son elásticas a pesar de estar hechas de un hilo que no es extensible.

El dragón de la felicidad

Hace unos años ocurrió algo que acabó de despertar el interés de Matsumoto: descubrió el «dragón de la felicidad» de Sharon Winsauer, una tela con un imponente dragón en el centro. Cautivada por ese patrón, la científica se puso manos a la obra y tejió la intrincada estructura. «Tengo libros con miles de patrones distintos», afirma, «pero nunca había visto ese dragón». En el dragón de la felicidad, los puntos no ocupan una sola celda del entramado, sino que se extienden por amplias áreas y parecen seguir una orientación horizontal en vez de vertical, algo que no es muy frecuente.

Entonces Matsumoto se propuso entender todos estos mecanismos. Decidió desarrollar una teoría que categorizase los distintos tipos de punto y caracterizase sus combinaciones: ¿Cómo de elástica es una prenda tejida usando este punto y aquel otro? Junto a su estudiante de doctorado Shashank G. Markande, recurrió a la teoría de nudos para estudiar de manera matemática el arte de tricotar.



Las labores de punto están hechas de lazadas de hilo que van trabándose para formar una malla. Hay dos puntos básicos (del derecho y del revés) que sirven para crear toda clase de patrones. Para saber cómo se comportan estos tejidos, hay que entender las propiedades de los distintos tipos de punto y el orden en que se suceden.

La ciencia de los nudos

Esa tarea entra dentro del ámbito de la teoría de nudos, una disciplina que estudia las matemáticas de los lazos. A diferencia de lo que llamamos «nudo» en nuestro día a día (por ejemplo, el que hacemos en los cordones de los zapatos), en matemáticas el término se refiere exclusivamente a una estructura cerrada, sin extremos libres. Eso hace que los patrones de punto carezcan de interés desde la óptica de la teoría de nudos, porque si tiramos de un hilo del patrón, aflojamos los lazos y se deshace el tejido.

Lista de nudos distintos desde el punto de vista topológico, ordenados según el número de cruces. [<a href="https://en.wikipedia.org/wiki/Knot_theory#/media/File:Knot_table.svg" target="_blank">Wikipedia/dominio público</a>]
Lista de nudos distintos desde el punto de vista topológico, ordenados según el número de cruces. [Wikipedia]

Así que Matsumoto y Markande usaron un truco: aprovechando que los tejidos de punto son doblemente periódicos (se repiten en las direcciones horizontal y vertical) impusieron condiciones de contorno periódicas, de manera que el extremo superior se fundía con el inferior y el extremo izquierdo con el derecho. Es como si tejiéramos una bufanda y en algún momento uniésemos sin costuras el comienzo con el final, y también los dos bordes laterales. La figura resultante es una rosquilla, o un «toro», usando el término matemático. Si recorremos el hilo de este toro, obtenemos un complicado nudo (con todas sus vueltas y bucles) en el sentido estrictamente matemático, porque no tiene ni principio ni fin.

Al contemplar los patrones de punto de esa manera, los dos físicos pudieron emplear métodos de la teoría de nudos para desvelar los secretos de las lazadas. Los matemáticos que trabajan en ese campo investigan, entre otras cosas, qué nudos son equivalentes y cuáles exhiben diferencias fundamentales. Aunque parezca sorprendente, eso no siempre es fácil. Imaginemos que alguien ha dibujado dos intrincados nudos en una hoja de papel. ¿Podemos saber a primera vista si son iguales? Si parecen diferentes, puede que solo sea porque se han representado desde un punto de vista distinto.

Aunque a primera vista parezcan diferentes, ambos diagramas representan el mismo nudo (o mejor dicho, el mismo no-nudo). [<a href="https://en.wikipedia.org/wiki/Knot_theory#/media/File:Unknots.svg" target="_blank">Wikipedia/dominio público</a>]
Aunque a primera vista parezcan diferentes, ambos diagramas representan el mismo nudo (o mejor dicho, el mismo no-nudo). [Wikipedia/]

Ese problema ha ocupado a los expertos en teoría de nudos durante siglos, y aún no lo han resuelto del todo. Para categorizar objetos complicados, los matemáticos suelen emplear «invariantes»: cantidades que se pueden calcular a partir de propiedades fundamentales de los objetos en cuestión, como el número de agujeros de una superficie. Los invariantes no cambian si modificamos ligeramente las figuras, por ejemplo, ampliándolas o reduciéndolas.

También es posible asignar todo tipo de invariantes a las representaciones bidimensionales de los nudos. Si los nudos son iguales, deben tener los mismos invariantes. Por desgracia, lo contrario no es cierto: que los invariantes coincidan no significa necesariamente que los nudos sean equivalentes.

El ordenador como herramienta

Sin embargo, hoy en día existen programas informáticos capaces de examinar y comparar los diagramas bidimensionales de los nudos para revelar sus propiedades. Por ello, Matsumoto y Markande querían encontrar un método sistemático para representar todos los posibles patrones de punto mediante una imagen en dos dimensiones que pudiera analizar un ordenador.

Y al final lo han logrado. En un trabajo presentado en la conferencia Bridges, que se celebró de manera virtual en agosto del año pasado, describen cómo usar una mezcla de semicírculos y líneas rectas sobre la geometría de un toro para representar cualquier posible patrón hecho a partir de distintos puntos. Sin embargo, advierten que no todos los patrones generados de este modo son factibles: es posible diseñar lazadas que no se pueden tejer con agujas e hilo.

Ahora, Matsumoto y sus colaboradores enseñan a un ordenador a hacer punto: le proporcionan las propiedades del hilo, los detalles matemáticos de los tipos de punto y el patrón deseado, y un algoritmo calcula las propiedades mecánicas del tejido resultante. Eso podría ayudar a confeccionar materiales para aplicaciones concretas... y quizás a desenredar algunos problemas de nuestro día a día.

Manon Bischoff

Referencia: «Knotty knits are tangles in tori», Shashank G. Markande y Elisabetta Matsumoto en Proceedings of Bridges 2020, págs. 103-112, julio de 2020.

sábado, 30 de enero de 2021

¿Cuándo se convertirá la COVID-19 en un simple resfriado?

 El análisis de varios coronavirus humanos sugiere que el SARS-CoV-2 acabará volviéndose endémico y ocasionará tan solo resfriados benignos




os ciudadanos, los médicos y las autoridades están muy preocupados, y con razón, por la evolución de la epidemia de COVID-19 durante las próximas semanas, sobre todo después de la aparición de variantes más contagiosas. Esta incertidumbre no nos impide plantearnos lo que pasará en un futuro más lejano. ¿Nos desharemos algún día del SARS-CoV-2 o tendremos que convivir con él? En este último caso, ¿qué riesgo entrañará para la población? Rustom Antia y sus colaboradores de la Universidad Emory, en Atlanta, han intentado darle una respuesta. Según sus modelizaciones, la infección del nuevo coronavirus se acabaría pareciendo a un simple resfriado. 

Para llegar a esa conclusión, el equipo se basa en los parámetros epidemiológicos del SARS-CoV-2 y de otros seis coronavirus que infectan a los humanos: cuatro benignos (229E, NL63, OC43 y KHU1) que ya solo provocan resfriados, y otros dos (el SARS-CoV y el MERS-CoV) responsables de las pandemias de neumopatías de 2002 y 2012. La hipótesis central del estudio es que todos ellos desencadenan reacciones inmunitarias similares, aunque cueste creerlo a la vista del balance de la COVID-19 actual (la explicación es que el nuevo coronavirus está afectando a una población «virgen», es decir, a individuos cuyo sistema inmunitario jamás se ha enfrentado al agente infeccioso y, por lo tanto, son más vulnerables).

Sobre la base de la eficacia inmunitaria (IE, de immune efficacy), emplearon tres parámetros (IES, IEy IEI) para definir la protección alcanzada contra un coronavirus. Así pues, la inmunidad puede detener la replicación del patógeno y, por lo tanto, impedir la reinfección (IES), puede «solamente» atenuar la enfermedad en caso de reinfección (IRP), o incluso puede reducir la capacidad de transmisión (IEI). En un mismo individuo, estos tres parámetros (que dependen de actores diferentes del sistema inmunitario) disminuyen con el tiempo, pero cada uno lo hace a su propio ritmo, por ejemplo, en función de la frecuencia de las reinfecciones.


En un análisis de los datos disponibles sobre los anticuerpos contra los coronavirus benignos en niños y adultos se ha medido la variación de los tres parámetros. Los resultados han revelado sobre todo que la inmunidad que bloquea la infección (IES) disminuye con rapidez, mientras que duran mucho más las inmunidades reductoras de la enfermedad (IEP e IEI). Otro resultado es que la primoinfección por uno de los cuatro coronavirus benignos sobreviene entre los 3,4 y los 5,1 años; a los 15 años, todos se habrán infectado.

Gracias a toda esta información, los autores muestran que la peligrosidad del virus irá disminuyendo sin llegar a desaparecer, al igual que ocurrió con la evolución de los cuatro coronavirus benignos (ello no afecta al SARS-CoV ni al MERS-CoV, porque no se han propagado lo suficiente). Recordemos que se sospecha que el OC43 produjo 1 millón de muertos durante la pandemia de 1890. El elemento clave de este escenario es que la infección infantil no reviste gravedad: en el futuro, cuando se convierta en una endemia, solo los niños, que suelen desarrollar las formas leves de la enfermedad, se verían afectados por el SARS-CoV-2, porque de mayores ya estarían protegidos (y cada vez más con cada reinfección).

Sin una vacuna, y al enorme precio de muertes y enfermedades graves, esta situación se alcanzaría de aquí a unos cuantos años o décadas en función de la velocidad de propagación del coronavirus (y de las variantes que aparezcan), así como de la duración de la respuesta inmunitaria desarrollada en su contra, que todavía se conoce mal por ser un virus de reciente aparición. Las vacunas (restringidas a los adultos) reducirían este plazo a un año, o tan solo seis meses. Los autores advierten de que sus conclusiones serían muy diferentes con un patógeno que provocase una enfermedad grave en los jóvenes. Como no es el caso, los padres deberán acostumbrarse a una nueva coletilla, cuando salgan sus hijos: «Ponte la bufanda, que si no cogerás la COVID-19». 

Loïc Mangin 

Referencia: «Immunological characteristics govern the transition of COVID-19 to endemicity». Jennie S. Lavine en Science, eabe6522, enero de 2021. 

sábado, 2 de enero de 2021

Complementos alimenticios, interferón y COVID-19


 La llegada del nuevo coronavirus ha disparado las ventas de controvertidos suplementos contra el SARS-CoV-2





Desde la llegada del SARS-CoV-2 se ha multiplicado la oferta de complementos alimenticios que prometen reforzar el sistema inmunitario. Pero, a pesar de la gran cuota de mercado que han alcanzado, son muchas las dudas que existen acerca de su efectividad.

La mayoría de estos suplementos publicitan que «ayudan al normal funcionamiento del sistema inmunitario» y contienen «ingredientes estrella» como jalea real, Lactobacillus casei, propóleo o equinácea. Sin embargo, según la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), no se ha demostrado que ninguno de estos ingredientes potencie nuestras defensas. Entonces, ¿por qué los fabricantes pueden poner en el envase que «ayudan al sistema inmunitario»? Pues por la simple presencia en su composición del 15 por ciento de la cantidad diaria recomendada de al menos uno de los micronutrientes que sí tiene un informe positivo de la EFSA relacionado con el sistema inmunitario: cobre, ácido fólico, hierro, selenio, vitamina A, vitamina B12, vitamina B6, vitamina C, vitamina D y zinc.

¿Y la presencia de estos micronutrientes hace que los suplementos alimenticios sean eficaces contra el SARS-Cov-2? En absoluto. Para empezar, en general no tenemos déficit de estos micronutrientes. Además, por el hecho de incrementar más su consumo nuestro sistema inmunitario no va a reforzarse.

Podría ponerles muchos ejemplos de suplementos y alimentos funcionales que emplean este tipo de estrategia comercial. Pero hay un grupo muy de moda que me llama especialmente la atención: aquellos en cuyo envase aparecen palabras muy parecidas —pero no iguales— a interferón. Analicémoslos.

Los interferones son un grupo de proteínas señalizadoras que las células producen en respuesta a la presencia de diversos patógenos, tales como virus, bacterias, parásitos y células tumorales. Un consorcio integrado por numerosos centros de investigación y hospitales publicó el pasado agosto en Science un artículo donde se mostraba que el interferón de tipo I estaba implicado en el 15 por ciento de los casos más graves de COVID-19. Un porcentaje elevado de estos pacientes graves presenta en la sangre anticuerpos que atacan a este interferón, lo eliminan e impiden así que el sistema inmunitario contraataque al virus. El hallazgo, enmarcado dentro de la iniciativa internacional Covid Human Genetic Effort, sugiere que esta molécula podría estar implicada en el hecho de que algunas personas infectadas no presenten síntomas, mientras que otras, sin patologías previas e incluso jóvenes, acaben desarrollando neumonías graves.

¿De qué forma podría solucionarse este problema? Según un estudio publicado en noviembre en The Lancet Respiratory Medicine, la administración de interferón beta-1a por vía inhalada a pacientes hospitalizados con COVID-19 puede duplicar las posibilidades de recuperación y reducir el riesgo de desarrollar los síntomas más severos de la enfermedad.

Pero no nos confundamos. Ningún complemento alimenticio contiene interferón. Lo que sí encontramos en parafarmacias son suplementos en cuyo envase se leen palabras muy parecidas a interferón. ¿Y son efectivos estos complementos contra el SARS-Cov-2? Repito: no. Como mucho, refuerzan el sistema inmunitario igual que lo hace cualquier otro producto que contenga ingredientes como vitamina C, vitamina D o Zinc.

Entonces, ¿necesitamos «suplementarnos» con estos micronutrientes para potenciar nuestras defensas? No. La población adulta española multiplica entre dos y cuatro veces el consumo aconsejado de vitamina C. Además, un puñado de naranjas o limones, un kiwi o unas pocas fresas contienen más vitamina C que muchos complementos alimenticios cuyo precio se acerca a los 30 euros. El zinc lo encontramos en las ostras, carnes rojas o de ave y mariscos. Por último, los pescados grasos (salmón, atún y caballa), el hígado vacuno, el queso o la yema de huevo son las mejores fuentes de vitamina D, un micronutriente en continuo estudio por su posible relación con la COVID-19 (un trabajo reciente publicado en The Journal of Steroid Biochemistry and Molecular Biology muestra cómo un análogo de la vitamina D, el calcifediol, no previene el contagio ni cura la enfermedad, pero sí podría ayudar a reducir su gravedad administrado en forma de medicamento, no de complemento alimenticio).

Concluyo. No existen pruebas de que los complementos alimenticios prevengan ni curen la COVID-19. Y los micronutrientes que sí han demostrado tener algún efecto positivo para nuestras defensas  (no contra el SARS-CoV-2) se encuentran de forma natural en numerosos alimentos, mucho más baratos que cualquier suplemento. Nada más que decir.



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sábado, 26 de diciembre de 2020

Café para prevenir el deterioro cognitivo

 Los componentes bioactivos presentes en el café podrían atenuar la producción de un péptido implicado en el alzhéimer.




El consumo de café, sobre todo el cafeinado, reduce el riesgo de deterioro cognitivo en las personas mayores. A esta conclusión han llegado investigadores del CIBER de Fisiopatología de la Obesidad y Nutrición y del Instituto de Investigación Sanitaria Pere Virgili, según publica la revista European Journal of Nutrition.

Para el estudio, los científicos contaron con 6.427 voluntarios de más de 65 años y con sobrepeso de toda España dentro del estudio Predimed-Plus. Evaluaron la función cognitiva de todos ellos mediante una baterı́a de cuestionarios neuropsicológicos que exploran funciones cognitivas diversas, entre ellas, la memoria, la orientación, el registro, la concentración, la velocidad de procesamiento, la búsqueda visual y la atención. Según observaron, las personas que incluían el consumo de café en su dieta diaria tenían un menor riesgo de presentar deterioro cognitivo en comparación con las que no lo consumı́an. También constataron que esa función de protección se producía en los individuos consumidores de café con cafeı́na, no así en los que tomaban café descafeinado. En relación a la cantidad diaria, los que bebían dos o más tazas de café con cafeı́na (unos 100 ml) presentaban un menor riesgo de disfunción cognitiva que los que tomaban menos de una taza al día. En el caso del café descafeinado, no detectaron dicha relación.

La cafeína, componente clave

Basándose en otros estudios, los autores sugieren que la cafeína, al ser estructuralmente similar a la adenosina, un neurotransmisor con efectos inhibidores del sistema nervioso central, podría interactuar con la neurotransmisión en diferentes regiones del cerebro, y con ello, beneficiar funciones como la vigilancia, la atención, el estado de ánimo y la excitación.


Según explica en un comunicado de prensa Indira Paz, autora principal del estudio: «La asociación beneficiosa entre el consumo de café y el deterioro cognitivo podría ser el resultado de la interacción sinérgica entre los diferentes compuestos bioactivos presentes en el café. Por un lado, los compuestos fenólicos con propiedades antioxidantes podrían ayudar a disminuir el estrés oxidativo y la inflamación de las neuronas, que junto con otros componentes bioactivos presentes en el café podrían atenuar la producción de un péptido denominado amiloide beta, el cual según se sugiere, constituye un factor de riesgo para el desarrollo de la enfermedad Alzheimer.»

De esta manera, el consumo de café podría prevenir el daño neuronal, la sinaptotoxicidad (es decir, evitar que la acumulación elevada de amiloide beta en las neuronas, lo que puede originar efectos tóxicos) y, con ello, constituir una herramienta para la prevención del deterioro cognitivo.

 Fuente: CIBEROBN

Referencia: «Association between coffee consumption and total dietary caffeine intake with cognitive functioning: cross-sectional assessment in an elderly Mediterranean population». I. Paz-Graniel et al. en European Journal of Nutrition, 2020.

viernes, 25 de diciembre de 2020

Pensamiento crítico: más allá de la inteligencia

 La existencia de personas muy inteligentes que se creen afirmaciones sin fundamento demuestra que la inteligencia no previene contra la credulidad



EN SÍNTESIS

Las personas dotadas de un cociente de inteligencia elevado tienden a presentar un mayor pensamiento crítico, pero existen numerosas excepciones, entre ellas, incluso premios nóbel.

El pensamiento crítico depende de muchas capacidades cognitivas, algunas de las cuales no evalúan los tests de inteligencia. También influyen determinados rasgos de la personalidad.

Algunas de las estrategias que fomentan el pensamiento crítico pueden ejercitarse, como valorar la fiabilidad de la información. Ello favorece el éxito personal y profesional.

Roy Warren Spencer es un meteorólogo afiliado a la Universidad de Alabama. En 1991, la NASA le otorgó una medalla por su «trabajo científico excepcional». Este reconocimiento podría ser suficiente para pensar que se trata de una persona inteligente. Sin embargo, Spencer afirma que la comunidad de climatólogos se equivoca sobre el cambio climático; sostiene una tesis que está en contradicción flagrante con los datos científicos. En Francia, Claude Allègre y Vincent Courtillot, ambos exdirectores del Instituto de Física del Globo de París y miembros de la Academia de Ciencias, han adoptado posturas similares.

No son los únicos que reflejan esta paradoja: abundan los ejemplos de personas que han triunfado en una profesión intelectual y que, sin embargo, abrazan creencias extravagantes. Luc Montagnier, premio nóbel de medicina, critica las vacunas contra toda razón científica. François Mitterrand (1919-1996), antiguo presidente de Francia, consultaba a un astrólogo. ¿Cómo se explica que estas personas, con una inteligencia innegable, caigan en lo irracional? ¿O que entre los negacionistas que rechazan la existencia de la COVID-19 se encuentren médicos?


¿Qué es la inteligencia?


Tal vez la respuesta resida en la manera con que definimos y evaluamos la inteligencia. Los mejores instrumentos de que disponen los psicólogos para cuantificarla son los tests de inteligencia, los cuales resumen el funcionamiento mental de una persona mediante una escala: el célebre cociente de inteligencia (CI). Estos tests predicen el rendimiento escolar, académico y profesional, así como un buen número de otras características, como la elección de un estilo de vida más saludable. Todo ello indica que representan una medida fiable de la inteligencia. Sin embargo, no solo la inteligencia cuenta para evitar descarrilamientos intelectuales, sino la resistencia a las creencias irracionales; o, dicho de otro modo, el pensamiento crítico. Pero ¿mide el CI esta capacidad?

Pues bien, sí y no. De hecho, ambas facultades se encuentran relacionadas: las investigaciones demuestran que, por término medio, las personas con un CI elevado se adhieren menos a las creencias irracionales. Por otra parte, en los estudios que valoran simultáneamente el CI y el pensamiento crítico, la relación entre ambos aparece siempre positiva, con independencia de la edad. En 2009, Joyce VanTassel-Baska y otros científicos de la Universidad William and Mary, en Estados Unidos, lo comprobaron en niños de 9 a 12 años. En 2018, la investigadora Andreea Buzduga, de la Universidad Alexandru Ioan Cuza, en Rumanía, obtuvo un resultado similar con una muestra de más de 700 escolares y estudiantes.

Resulta bastante normal: el pensamiento crítico presupone un funcionamiento mental eficaz. No se puede valorar correctamente una información si no se es capaz de captarla, tratarla y comprenderla, lo cual requiere cierta inteligencia en el sentido del CI. Por otra parte, las personas que tienen un CI más alto tienden a resistir mejor los sesgos cognitivos.


Sin embargo, ese solo es el caso para ciertos tipos de sesgos. Para empezar, veamos un ejemplo de error contra el cual protege un buen CI: usted tiene una baraja de 10 cartas, que incluye 7 rojas y 3 negras, y se le pide que adivine el color de la carta que se halla encima. Gana 100 euros si responde correctamente. Se repite el juego 10 veces, mezclando cada vez las cartas. ¿Por qué color apostaría la primera vez? ¿Y la segunda? ¿Y la tercera? ¿Y las siguientes?

Ante esta cuestión, muchas personas optarían por apostar siete veces por el rojo y tres veces por el negro. La respuesta no es absurda, pero dista de ser la mejor estrategia. Se tiene ventaja si se apuesta de manera sistemática por el rojo. Este problema esconde una trampa diseñada precisamente para que la mente se encuentre con sus disfunciones ordinarias. Así pues, resulta normal equivocarse, pero cuanto mayor sea el CI del participante, menos probable es que caiga en ella.

Veamos ahora otro tipo de sesgo, pero contra el cual el CI no puede hacer gran cosa: ¿estaría usted a favor o en contra de la prohibición de un modelo de coche que, según un estudio ministerial, octuplica las posibilidades de causar un accidente en comparación con otros modelos? El equipo de Keith Stanovich, de la Universidad de Toronto y experto en racionalidad, propuso esta cuestión a participantes estadounidenses. El modelo de coche fue descrito en unas ocasiones como fabricado en EE.UU. y, en otras, como de fabricación alemana. ¿Resultado? Los encuestados aceptaban la comercialización de un automóvil peligroso en función de si era de Estados Unidos o no. El CI no influía prácticamente en el resultado. Se trata de un sesgo de juicio, el cual nos impulsa a orientar nuestras conclusiones en función de los propios valores, ideologías o prejuicios.

Además, las puntuaciones obtenidas por los participantes en los tests que miden el pensamiento crítico (incluyen la capacidad de examinar los propios mecanismos del pensamiento, entre otros aspectos) predecían en gran medida sus respuestas. Así, cuanto más desarrollado estaba el pensamiento crítico, más tendían a dar una respuesta independiente de la «nacionalidad» de los automóviles. Por consiguiente, el pensamiento crítico y el CI se apoyan, en parte, sobre competencias comunes, pero también en sus especificidades. Por tanto, se puede ser inteligente y estar dotado de un pensamiento crítico deficiente (o incluso a la inversa).

El 11 de mayo de 2010, el diario Ouest-France publicó un artículo sobre Prahlad Jani, un yogui indio que aseguraba que podía vivir 70 años sin beber ni comer. Con el fin de probar la seriedad de tal afirmación se mencionaba un estudio llevado a cabo por un equipo de investigadores y médicos que habían vigilado al sujeto durante 24 horas al día a lo largo de dos semanas. El hecho de sobrevivir sin comer dos semanas no tiene nada de imposible; además, el hombre estaba autorizado a bañarse, por lo que tenía acceso al agua. Este trabajo no demuestra absolutamente nada, pero los experimentadores que lo organizaron buscaron explicaciones estrafalarias a la supervivencia del yogui; incluso llegaron a plantear que el individuo aprovechaba directamente la energía solar. Por fortuna, en nuestra época de hipercomunicación es bastante fácil desmentir las informaciones que causan «ruido». Una regla básica ante una afirmación que resulta extraña consiste en indagar si no ha sido refutada. En este caso, se podría escribir en el buscador de la Red: «Prahlad Jani fake». Este tipo de reglas y métodos para valorar la fiabilidad de una información (denominadas mindware por el psicólogo Keith Stanovich), pueden ayudar a desarrollar el pensamiento crítico. [Fuente: www.pseudo-sciences.org/Energies-renouvelables-le-yogi-solaire]
El 11 de mayo de 2010, el diario Ouest-France publicó un artículo sobre Prahlad Jani, un yogui indio que aseguraba que podía vivir 70 años sin beber ni comer. Con el fin de probar la seriedad de tal afirmación se mencionaba un estudio llevado a cabo por un equipo de investigadores y médicos que habían vigilado al sujeto durante 24 horas al día a lo largo de dos semanas. El hecho de sobrevivir sin comer dos semanas no tiene nada de imposible; además, el hombre estaba autorizado a bañarse, por lo que tenía acceso al agua. Este trabajo no demuestra absolutamente nada, pero los experimentadores que lo organizaron buscaron explicaciones estrafalarias a la supervivencia del yogui; incluso llegaron a plantear que el individuo aprovechaba directamente la energía solar. Por fortuna, en nuestra época de hipercomunicación es bastante fácil desmentir las informaciones que causan «ruido». Una regla básica ante una afirmación que resulta extraña consiste en indagar si no ha sido refutada. En este caso, se podría escribir en el buscador de la Red: «Prahlad Jani fake». Este tipo de reglas y métodos para valorar la fiabilidad de una información (denominadas mindware por el psicólogo Keith Stanovich), pueden ayudar a desarrollar el pensamiento crítico. [Fuente: www.pseudo-sciences.org/Energies-renouvelables-le-yogi-solaire]

 

Superinteligente y totalmente estúpido

Los psicólogos han identificado dos diferencias fundamentales entre inteligencia y pensamiento crítico. La primera se refiere al nivel de tratamiento de las informaciones. Es decir, el CI se concentra en elementos de «bajo nivel» que constituyen la base del pensamiento, mientras que el pensamiento crítico requiere competencias cognitivas de «alto nivel». Por ejemplo, cuando leemos el enunciado de un ejercicio, la primera etapa del análisis consiste en la percepción de las letras (tratamiento de bajo nivel). Por el contrario, cuando hemos de responder a la cuestión propuesta, nos apoyamos en múltiples tratamientos preliminares: percepción de las letras, pero también comprensión del texto, búsqueda en la memoria de los métodos que lleven a la solución, etcétera. Es una tarea de alto nivel.

Para medir el CI se utiliza un conjunto de tests referidos, sobre todo, a los procesos de bajo nivel: memoria a corto plazo, velocidad de ejecución de una tarea simple y recuperación en la memoria de conocimientos usuales, entre otros. Por el contrario, en los tests de pensamiento crítico con frecuencia se solicita a los participantes que redacten textos argumentativos, saquen conclusiones lógicas a partir de un relato elaborado, estimen la fiabilidad de las fuentes o expliquen su propio pensamiento. Se trata, pues, de poner de relieve capacidades mentales de alto nivel, más ricas y sofisticadas. El pensamiento crítico es, retomando una definición de la filósofa Elena Pasquinelli y de sus colegas, saber calibrar la confianza que se deposita en una información. Ello implica, entre otras cosas, identificar las hipótesis o los presupuestos de un discurso, evaluar los argumentos y las pruebas, además de elementos que no son directamente tenidos en cuenta por los tests de CI, demasiado genéricos.

La segunda diferencia entre inteligencia y pensamiento crítico radica en que la primera se basa en el razonamien­to, mientras que en el segundo interviene un aspecto psicológico. Tener un pensamiento crítico es un estado mental, casi un rasgo de la personalidad, que engloba el afán de conocer la verdad, la necesidad de disponer de pruebas, la tendencia a imaginar varias explicaciones posibles y una cierta apertura a las ideas contrarias. Es lo que el investigador Kurt Taube denomina «factor de disposición». A partir de una serie de evaluaciones llevadas a cabo en 1995 con 198 personas, este psicólogo demostró que se explican mejor los resultados obtenidos con los tests de pensamiento crítico cuando se integra esta dimensión a la personalidad en lugar de analizar solo las capacidades de razonamiento.

En concreto, los investigadores identificaron tres características principales que promueven el pensamiento crítico: la curiosidad, el deseo de encontrar la verdad y la humildad. En 2004, Jennifer Clifford, de la Universidad Villanova, en Pensilvania, y sus colaboradores midieron de manera conjunta el CI, el pensamiento crítico y la personalidad de los una serie de personas. Hallaron una relación entre la apertura a las experiencias (rasgo de la personalidad que incluye la curiosidad y el afán por conocer cosas nuevas) y la puntuación del pensamiento crítico. ¡Y ello sin que importara el CI! Con otras palabras: usted puede ser poco inteligente pero estar dotado de un buen pensamiento crítico. Numerosos estudios, basados en un diseño similar, subrayan, asimismo, la importancia de este rasgo de la personalidad.

Más allá de la curiosidad, el ejercicio del pensamiento crítico, al exigir cierto esfuerzo intelectual, solo sucederá si la persona se centra en la búsqueda de la verdad. Se puede ser capaz de actuar con gran rigor, pero no poner en práctica esta capacidad a diario. En 2009, Kelly Ku e Irene Ho, de la Universidad de Hong Kong, valoraron el pensamiento crítico de 137 personas que habían sido interrogadas sobre su interés por la verdad a través de un cuestionario diseñado para ello. Por ejemplo, debían indicar su grado de acuerdo con cuestiones como: «Las soluciones correctas a los problemas deben ser determinadas por personas en función de la autoridad que tengan» o «La diversidad de puntos de vista crea confusión en vez de ayudar a clarificar las cosas». Cuanto más revelaba este test el deseo por la verdad (si se respondía, por ejemplo, que la autoridad sola no es suficiente para asegurar la pertinencia de una solución, o que la diversidad de puntos de vista no puede dañar la verdad, si es que existe), más aumentaba la puntuación de pensamiento crítico.

Si se da una vuelta por las redes sociales para curiosear sobre el debate en torno a la homeopatía, se percibe la potencia de este factor. Se hallarán numerosos comentarios del tipo: «No me importan los estudios. La homeopatía me parece bien. Creo en ella, y punto». Esta postura no es necesariamente la de una persona superficial o modestamente inteligente: revela, simplemente, una forma de estar con el mundo. Para algunas personas, la decisión de creer no es algo absurdo, porque en el fondo la verdad no les importa. Otras, en cambio, la aprecian y, en consecuencia, manifiestan una cierta «vigilancia epistémica» buscando pruebas en la medida de lo posible. Se trata de una de las bases del pensamiento crítico, independiente del CI. Se pueden desear pruebas, incluso si los medios disponibles para obtenerlas son limitados; y a la inversa, se puede estar muy capacitado para encontrar pruebas, pero no tener un deseo desmesurado de conseguirlas.

Finalmente, la humildad intelectual figura en lo alto de los factores que favorecen el pensamiento crítico. A quienes les falta, manifiestan una rigidez mental; ante pruebas adversas, no cambian jamás de opinión. Todo lo contrario que Mark Lynas, ambientalista y antiguo activista contra los transgénicos y ahora defensor de los cultivos genéticamente modificados. Después de sopesar ciertos aspectos científicos, renegó públicamente de sus afirmaciones iniciales. Se esté o no de acuerdo con él, debe reconocerse su modestia y coraje: para pensar de forma crítica se necesita dudar de sí mismo, no solo de los demás, y en ocasiones admitir que se está equivocado.

Entonces, ¿es la necesidad de ser «más inteligentes que los otros» lo que lleva a un médico como Montagnier a rechazar las vacunas o a un académico como Courtillot a negar el cambio climático? Solo ellos lo saben, o tal vez no, puesto que tal necesidad rara vez es consciente. Pero una cosa es segura: la ausencia de una o varias de las mencionadas características de la personalidad (apertura, ansia de verdad, humildad) puede desembocar en conductas irracionales en individuos con mentes muy ágiles.

Enseñar el pensamiento crítico

¿Cómo se puede desarrollar el pensamiento crítico? Parece difícil actuar sobre la personalidad, aunque no es imposible: las intervenciones tempranas pueden convertir a los niños en más curiosos, humildes y abiertos a los demás y, en consecuencia, desarrollar pensamiento crítico. Son las asociadas a la llamada inteligencia cristalizada, también conocida como «saberes adquiridos». Ello explica que las puntuaciones en los tests de pensamiento crítico aumenten con la edad: a medida que se envejece, se desarrolla la capacidad de argumentar, se aprende a desconfiar de ciertas cosas, se graban nuevas experiencias en la memoria, etcétera.

Para progresar en los procesos cognitivos de alto nivel, una palanca importante es desarrollar el mindware, según define el psicólogo Keith Stanovich. Se trata de un conjunto de reglas y métodos que se utilizan para contestar a una pregunta o valorar la fiabilidad de una información. Una parte de estas reglas son puramente lógicas (como «un ejemplo aislado no permite establecer una ley general»), pero otras son más prácticas («frente a una información llamativa encontrada en Internet es necesario verificar que no proceda de un sitio paródico»).

Por otra parte, aprender a reconocer situaciones de riesgo resulta un elemento clave para una buena defensa intelectual. En ciertos casos, ello se ejecuta de forma más o menos automática, sobre todo si la información parece inverosímil. Pero podemos ir más lejos educando el sistema de alerta interna que nos indica la necesidad de realizar algunas verificaciones. Por ejemplo, debemos ser cautelosos ante las informaciones que implican un riesgo grave pero poco probable para nuestra salud: por muy inteligente que sea nuestra intuición, exagerará el peligro. Así, cuando se leen los efectos secundarios en el prospecto de un medicamento que se está tomado, de pronto, se piensa que la propia salud está en peligro; incluso si la probabilidad del efecto nocivo es mínima. Antes de dejar de consumir ese fármaco es preferible tomarse un tiempo para profundizar en ese razonamiento y pensar en los riesgos y beneficios de su consumo.

Aceptar que no se sabe

Sin embargo, esta etapa de verificación y profundización ulterior puede resultar delicada: tal vez no solo se apoya en una experiencia elevada, sino también en las facultades cognitivas dependientes del CI que se sabe que son relativamente poco sensibles a la educación. Tal vez es necesario aceptar que ciertos problemas y determinadas evaluaciones de la información siempre nos serán inaccesibles porque son demasiado complejos. ¡Qué importa! Saber que no se sabe supone un gran paso hacia el pensamiento crítico. Y, si es necesario, existen otras estrategias que nos permiten sortear las propias limitaciones: identificar las fuentes de información fiables y remitirse al juicio de expertos —en el caso del calentamiento global, por ejemplo, es fácil observar que el consenso científico es abrumador, incluso cuando algunas personas adopten una posición marginal—.

En todo caso, desarrollar el pensamiento crítico vale la pena, puesto que las capacidades de razonamiento de alto nivel que ello implica son transferibles a muchas áreas. Según un estudio dirigido por Heather Butler, de la Universidad de Claremont en California, un pensamiento crítico y agudo se asocia con una menor frecuencia de acontecimientos negativos en la vida (perder el trabajo al cabo de una semana de iniciarlo, comprar ropa y no usarla, ser acusado de provocar un accidente de tráfico, etcétera). Asimismo, parece favorecer mejores decisiones.

Para ilustrar los reveses a los que conduce la falta de pensamiento crítico en la vida diaria, Butler cita el ejemplo de los consumidores que en su día compraron zapatillas de baloncesto Reebok atraídos por una publicidad que anunciaba que dicho calzado «tonifica los glúteos hasta un 28 por ciento más que las zapatillas de baloncesto ordinarias, simplemente marchando con ellas». Los compradores recibieron una indemnización por parte de los fabricantes después de que un estudio del Consejo Estadounidense del Ejercicio (asociación que se dedica a difundir las prácticas deportivas que benefician la salud), desmintiera tal afirmación. Pero ¿no hubiera sido mejor que los usuarios pensaran un poco más para evitar el engaño?

El pensamiento crítico también se relaciona con un mejor rendimiento académico, como demuestra un metanálisis llevado a cabo en 2017 por Carl Fong y sus colegas de la Universidad Estatal de Texas a partir de 23 estudios y un total de 8233 participantes. Otros trabajos sugieren que el pensamiento crítico conduce a una mayor eficiencia en ciertas ocupaciones que requieren habilidades analíticas. La investigadora Sara Elson y sus colegas constataron tal suposición en 2018 en un estudio con empleados de varios departamentos gubernamentales.

En resumen, el desarrollo del pensamiento crítico no es solo una necesidad social impuesta por la explosión de las noticias falsas (fake news) y rumores perjudiciales, sino que también es un camino hacia el éxito personal y profesional.

 

PARA SABER MÁS

On the relative independence of thinking biases and cogitive ability. K.E. Stanovich y R.F. West en Journal of Personality and Social Psychology, vol. 94, n.º 4, págs. 672-695, 2008.

A longitudinal study on enhancing critical thinking and reading comprehension in Title I classrooms. J. VanTassel-­Baska et al. en Journal for the Education of the Gifted, vol. 33, n.º 1, págs. 7-37, 2009.

A meta-analysis on critical thinking and community college student achievement. C. J. Fong et al. en Thinking Skills and Creativity, vol. 26, págs. 71-83, 2017.

Des têtes bien faites. Défense de l’esprit critique. Nicolas Gauvrit y Sylvain Delouvée. Prensa Universitaria de Francia (PUF), 2019.



AUTORES: Éléonore Mariette Nicolas Gauvrit