lunes, 1 de abril de 2013

LA MISERABLE VIDA DE UN ATEO


Todos los ateos, agnósticos y escépticos en algún momento nos hemos topado con alguien que desprecia nuestra existencia alegando que nos centramos demasiado en los hechos. Que más allá de la ciencia nada existe para nosotros, resultando una vida fría y aburrida.
Una vida en la que nacemos. Crecemos pasando por varias etapas en las que descubrimos la grandeza de todo lo que nos rodea y, si nada se interpone en nuestro camino, viviremos sin problema más de 80 años en unas condiciones más que aceptables.
Una vida en la que conoceremos a cientos o miles de personas. Con un puñado de ellas intimaremos y pasaremos ratos inolvidables. De algunas incluso nos enamoraremos. Puede que hasta lleguemos a formar una familia y tener unos hijos que disfrutaremos criándolos y adentrándolos en los misterios de esa miserable vida.
Una vida en la que escucharemos miles de canciones y melodías. Algunas las bailaremos, otras las tararearemos durante los tiempos muertos. Algunas las compartiremos con nuestros amigos, otras las disfrutaremos en la más absoluta soledad. Algunas las despreciaremos y otras las sentiremos parte de nosotros.
Una vida en la que veremos cientos de películas. Con algunas nos identificaremos, con otras simplemente veremos una vida lejos de nuestro alcance. Con algunas lloraremos a moco tendido, mientras con otras reiremos durante semanas. Algunas las volveremos a ver y de otras no nos volveremos a acordar.
Una vida con cientos de ciudades que visitar. Cientos de monumentos que conocer, fotografiar y cuyos misterios desentrañar. Cientos de caminos por los que pasear y parajes por los que perderse, para disfrutar de unas vistas y sensaciones únicas.
Una vida con incontables culturas que conocer. De algunas tomaremos costumbres que nos harán más fuertes. De otras aprenderemos anécdotas que nos ayudarán a entender el mundo en el vivimos. Y de todas ellas disfrutaremos de una gastronomía y un folclore singular que, nos guste o nos disguste, ampliará nuestras miras y capacidades de disfrute.
Una vida con miles de libros que leer. Con algunos desentrañaremos y aprenderemos de nuestro pasado, con otros simplemente imaginaremos uno de los (im)posibles futuros. Algunos nos servirán para entender la ciencia que explica el mundo en el que vivimos, otros simplemente servirán para hacernos más preguntas sobre todo aquello que aún no podemos explicar.
Una vida para el amor. Para disfrutar del coqueteo, de la búsqueda de esa persona y conseguir un primer beso. Y para recibir muchos. Para encontrar el placer de la carne y hacer el amor una y otra vez, pero también para echar un polvo en condiciones. Uno no, varios.
Una vida con infinitos sueños que perseguir y grandes ilusiones que compartir. Con sorpresas que nos desconcertarán o nos asombrarán. Con promesas que cumplir y promesas que romper y equivocarnos. También con disculpas que presentar, acompañadas de gratas reconciliaciones.
Pero moriremos.
Porque llegará el día que moriremos. Moriremos para no volver a despertar, para no llegar a un lugar mejor (o peor) en el que disfrutar de una segunda oportunidad. Después de nosotros sólo quedarán los recuerdos en las personas que queden atrás. Y con el paso de los años, las décadas y los siglos ni siquiera quedará eso. Seremos parte del olvido, como si jamás hubiéramos existido.
Y moriremos con millones de grandes personas que conocer, con millones de canciones que escuchar, con millones de películas que ver, con millones de lugares que visitar, con millones de culturas que conocer, con millones de libros que leer, sin haber soñado suficiente y sin haber amado suficiente.
Pero no, la vida de un ateo no es miserable, lo miserable es su brevedad. Si hubiera un dios, jamás habría sido tan injusto de ponernos en los labios una miel de la que jamás podremos disfrutar.


Fuente: 
http://recuerdosdepandora.com/relatos/la-miserable-vida-de-un-ateo/

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