sábado, 24 de octubre de 2020

Un azúcar derivado de la glucosa promueve la reparación de la mielina

La administración del compuesto por vía oral induce la mielinización de los axones y protege las neuronas, en un modelo animal de esclerosis múltiple.


De confirmarse el hallazgo, la molécula podría usarse en el tratamiento de los pacientes. En la imagen, oligodendrocito en el cerebro de ratón (verde) y núcleos celulares (azul).
 [Wikimedia Commons]


La pérdida de la mielina, la sustancia lipídica que recubre los axones neuronales y asegura la transmisión de los impulsos nerviosos, caracteriza enfermedades desmielinizantes, como la esclerosis múltiple. Ahora, Michael Demetriou y su equipo, de la Universidad de California Irvine, en colaboración con investigadores de centros de investigación alemanes y canadienses, muestran que la administración por vía oral del azúcar derivado de la glucosa N-acetilglucosamina (GlcNAc, por sus siglas en inglés) promueve la regeneración de la mielina.

A pesar de la abundante presencia de precursores de oligodendrocitos, las células de la glía responsables de producir mielina, la reparación de esta no ocurre en el sistema nervioso central de pacientes con esclerosis múltiple. El mecanismo molecular que inhibe la completa maduración de los oligodendrocitos permanece aún por identificar. Sin embargo, los autores postulan que la modificación de receptores y proteínas celulares de membrana mediante glicación, o adición de moléculas de azúcar, contribuiría a la diferenciación de la oligodendroglía.

A fin de probar dicha hipótesis, trataron células madre neurales de ratón en cultivo con GlcNAc. De acuerdo con los resultados, publicados por la revista Journal of Biological Chemistry, el tratamiento indujo la ramificación y modificación de las proteínas, trascurridas 48 horas. La GlcNAc constituye una molécula esencial para la glicación de proteínas. Por ello, que este proceso tenga, o no, lugar depende, en gran medida, de la cantidad de este azúcar disponible en el organismo.



De forma interesante, en ratones, la GlcNAc administrada por vía oral es capaz de atravesar la barrera hematoencefálica. Asimismo, los científicos observaron mayor número de oligodendrocitos maduros en el tejido cerebral en animales jóvenes expuestos al azúcar a través de la leche materna.

Pero, ¿qué ocurre en un contexto patológico? Con el objeto de resolver esta cuestión, los autores inyectaron cuprizona a los roedores a fin de promover la degradación de la mielina. No obstante, el tratamiento con GlcNAc indujo la mielinización de los axones, a la vez que redujo la pérdida neuronal y el número de neuronas dañadas.

Para Demetriou y sus colaboradores, los datos, aunque preliminares, resultan esperanzadores. Sobre todo, porque en pacientes con esclerosis múltiple, cuanto mayor es la degradación de la mielina, menor es la concentración en sangre de GlcNAc. Así pues, esperan que ensayos posteriores demuestren que la administración del azúcar podría revertir la neurodegeneración.



Marta Pulido Salgado

Referencia: «N-Acetylglucosamine drives myelination by triggering oligodendrocyte precursor cell differentiation», de M. Sy et al., en Journal of Biological Chemistry, publicado el 25 de septiembre de 2020.


sábado, 10 de octubre de 2020

La inhibición de un solo gen permite ­obtener neuronas a partir de astrocitos

 La estrategia posibilita restaurar parte de los circuitos neuronales ­dopaminérgicos dañados a causa de la enfermedad de Parkinson y recuperar las funciones motoras perdidas. Al menos, en ratones.



a enfermedad de Parkinson se caracteriza por la pérdida de las neuronas que liberan el neurotransmisor dopamina en el área cerebral conocida como sustancia negra. Ahora, con el fin de sustituir estas células neuronales, Xiang-Dong Fu y su equipo, de la Universidad de California en San Diego y la Universidad de Pekín, proponen un método que transforma astrocitos en neuronas dopaminérgicas funcionales.

Los astrocitos constituyen el 60 por ciento de las células del cerebro, donde participan en la comunicación entre neuronas. Asimismo, presentan una gran capacidad de proliferación y adaptación en respuesta a cualquier daño o cambio en el tejido. Estas características facilitan el proceso de reprogramación celular in vivo. En su trabajo, publicado por la revista Nature, los investigadores usaron astrocitos procedentes de ratones recién nacidos, así como de fetos humanos.

En estas células gliales, la eliminación de un solo gen, que codifica la proteína 1 de unión al tracto de polipirimidina (PTB, por sus siglas en inglés), indujo cambios notables en hasta el 80 por ciento de los astrocitos, tras cuatro semanas en cultivo. En concreto, adoptaron una morfología muy similar a la de las células neuronales, además de expresar genes específicos de estas y generar impulsos eléctricos.


Dicho resultado llevó a los científicos a repetir el experimento, pero esta vez directamente en el cerebro de los ratones. Para ello, inyectaron adenovirus portadores de la molécula de ARN diseñada para silenciar la PTB en la sustancia negra. La mayoría de los astrocitos completaron su transición a neuronas al cabo de diez semanas de la inyección y se integraron en las redes neuronales de la vía nigroestriada, que conecta la sustancia negra con el estriado y regula la función motora.

Vuelta al movimiento

Pero ¿qué ocurre en un contexto patológico? Para responder esta pregunta, en primer lugar, los autores administraron el neurotóxico 6-hidroxidopamina a los animales. Ello ocasionó la muerte del 90 por ciento de las neuronas de la sustancia negra, así como una reducción de los niveles de dopamina en el estriado, además de una sobrerreacción de los astrocitos en respuesta al daño celular. Sin embargo, la inhibición de la PTB en los astrocitos permitió recuperar hasta un tercio de las neuronas perdidas y el 65 por ciento de la concentración de dopamina. Como resultado, los ratones recobraron las funciones motoras que habían quedado deterioradas tras recibir el tóxico.

En el organismo, varios tipos celulares, incluidas las neuronas inmaduras, expresan la PTB. Sin embargo, durante el proceso de diferenciación neuronal, la proteína desaparece. Para Fu y sus colaboradores, ello sugiere que la PTB inhibe un conjunto de genes necesario para la transformación de las células precursoras en neuronas maduras. Genes que también se hallarían latentes en los astrocitos y que, en ausencia de la PTB, iniciarían su conversión.

En un futuro, los autores prevén llevar a cabo nuevos experimentos en animales que reproduzcan las variantes genéticas del párkinson, además de optimizar la estrategia de transformación, con el objetivo de aplicarla, algún día, con seguridad en la práctica clínica.

PARA SABER MÁS:

Reversing a model of Parkinson's disease with in situ converted nigral neurons. H. Qian et al. en Nature, vol. 582, junio de 2020.

jueves, 10 de septiembre de 2020

Impacto del distanciamiento social por COVID-19 en otras infecciones

La menor interacción social durante la pandemia de COVID-19 ha llevado a una reducción impresionante de las enfermedades infecciosas infantiles comunes.
Autor/a: Hatoun J et al.  Fuente: Pediatrics 2020 Sep 2; [e-pub]. (https://doi.org/10.1542/peds.2020-006460) Social Distancing for COVID-19 and Diagnoses of Other Infectious Diseases in Children


 La mayoría de los niños han sido aislados en casa durante la pandemia de COVID-19. Si los niños se alejan de sus interacciones normales con sus compañeros en la guardería, la escuela y otras actividades, es probable que la transmisión de enfermedades infecciosas comunes disminuya.

Los investigadores analizaron datos de una gran red de atención primaria pediátrica en Massachusetts para determinar la incidencia de 12 enfermedades infecciosas que comúnmente provocan visitas a los pediatras: otitis media aguda, bronquiolitis, resfriado común, crup, gastroenteritis, influenza, faringitis no estreptocócica, neumonía, sinusitis, piel e infecciones de tejidos blandos, faringitis estreptocócica e infección del tracto urinario (ITU).

Se comparó la incidencia semanal entre niños de 0 a 17 años durante los mismos períodos en 2019 y 2020, correspondientes a períodos antes y después de la promulgación del distanciamiento social y el cierre de escuelas y negocios no esenciales.

Como era de esperar, las tasas de diagnóstico por cada 100.000 pacientes fueron significativamente más bajas después del distanciamiento social. Algunas diferencias fueron sorprendentes; por ejemplo, la gripe, el crup y la bronquiolitis casi desaparecieron (<1 caso por 100.000).

En particular, los casos de influenza habían tenido una tendencia más alta en 2020 que en 2019, pero desaparecieron abruptamente después del distanciamiento social. Las infecciones urinarias disminuyeron después del distanciamiento social, pero solo ligeramente, lo que no es sorprendente ya que las infecciones urinarias no se consideran una enfermedad contagiosa.

Aunque no es una sorpresa, el marcado impacto del distanciamiento social en la propagación de infecciones entre los niños es impresionante.

Los seres humanos somos seres sociales, por lo que a medida que las escuelas vuelvan a abrir, dependiendo de las tasas de casos de COVID-19 en las comunidades locales, las infecciones se transmitirán entre los niños.

Sin embargo, como inevitablemente pasaremos a una era pospandémica, debemos recordar el impacto positivo de los comportamientos aprendidos durante la pandemia, como el poder de la higiene de manos y permanecer en casa ante el primer signo de infección, y la importancia de las vacunas para reducir la propagación de la infección entre los niños.


Tasas semanales con intervalos de confianza del 95% de diagnóstico de enfermedades infecciosas pediátricas comunes en 2019 y 2020. Las tasas se expresan como diagnósticos por 100 000 pacientes por día. El área sombreada representa el período de implementación de SD en 2020. A, AOM. B, bronquiolitis. C, resfriado común. D, crup. E, gastroenteritis. F, influenza. G, faringitis no estreptocócica. H, neumonía. Yo, sinusitis. J, SSTI. K, faringitis estreptocócica. L, UTI.


Discusión

Las políticas promulgadas en Massachusetts para mitigar la pandemia de COVID-19 dieron como resultado una profunda disminución en el diagnóstico de enfermedades infecciosas comunes entre los niños. Esta reducción podría deberse a 1, o ambos, 2 factores: una disminución en la prevalencia de las afecciones o una decisión de no buscar atención cuando ocurrieron las afecciones.

La menor disminución en los diagnósticos de ITU, una enfermedad infecciosa pero no generalmente no contagiosa, sugiere que los cambios en la búsqueda de atención en el comportamiento tuvo un efecto relativamente modesto sobre las otras disminuciones observadas.

Aunque no es sorprendente que la transmisión de enfermedades infecciosas disminuya con la MS, estos datos demuestran hasta qué punto la transmisión de infecciones pediátricas comunes puede alterarse cuando se elimina el contacto cercano con otros niños. En particular de las enfermedades estudiadas, a saber, influenza, crup y bronquiolitis, desaparecieron esencialmente con  el distanciamiento social (SD).

La trayectoria de la influenza es especialmente interesante. Los diagnósticos en 2020 superaron los de 2019 como se esperaba a partir de los datos de vigilancia nacional, pero la propagación de la influenza parece haber terminado abruptamente con el SD.

Este hallazgo difiere un poco de un informe reciente de Japón que revela una disminución significativa, pero no tan dramática, de casos de influenza coincidentes con SD en ese país.4 Los resultados diferentes pueden estar relacionados con el momento de SD dentro de la temporada de influencia, diferentes enfoques de SD en las 2 ubicaciones, o el hecho de que el estudio japonés incluyó pacientes de todas las edades, mientras que el nuestro se centra sólo en los niños.

Los riesgos de enfermedades infecciosas del contacto con otros siempre se han sopesado implícitamente frente a los beneficios de la interacción social.

El experimento natural actual de distanciamiento social repentino y generalizado durante la pandemia de COVID-19 ha permitido una apreciación más explícita de la magnitud de estos riesgos en los niños y puede informar estrategias para la mitigación del riesgo de enfermedades infecciosas como incrementos de interacción social en el futuro.

lunes, 3 de agosto de 2020

Vinculan un gen neandertal con el incremento en la percepción del dolor

Las personas que han heredado mutaciones de los antiguos homininos que alteran los nervios suelen experimentar más dolor.




La vida de los neandertales no era nada fácil. Los cazadores-recolectores de la edad de hielo subsistían a duras penas a lo largo de Eurasia occidental, cazando mamuts, bisontes y otros animales peligrosos.
Ahora, un estudio pionero sobre su genoma, aparecido en Current Biology, revela que, a pesar de su dura existencia, los neandertales tenían una predisposición biológica para percibir el dolor con más intensidad. Los genetistas evolutivos descubrieron que estos antiguos parientes humanos portaban tres mutaciones en un gen que codifica para la proteína NaV1.7, que transmite las sensaciones dolorosas hasta la médula espinal y el cerebro. También demostraron que, en una muestra de ciudadanos británicos, los que habían heredado la versión neandertal de la NaV1.7 suelen sentir más dolor que los demás.
«Para mí, es un primer ejemplo de cómo empezamos a hacernos una posible idea sobre la fisiología neandertal tomando como referencia personas actuales como modelos transgénicos», dice Svante Pääbo, del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig, Alemania, quien dirigió el estudio con Hugo Zeber, del Instituto Karolinska de Estocolmo.
Una proteína relacionada con la percepción del dolor

Los investigadores han tenido acceso únicamente a unos pocos genomas de neandertal, y la mayoría de ellos han sido secuenciados a baja resolución. Esto ha dificultado la identificación de mutaciones que se produjeron después de que su linaje se separase del de los humanos actuales, entre 500.000 y 700.000 años atrás. Pero, en los últimos años, Pääbo y su equipo han obtenido tres genomas de neandertal de gran calidad a partir de ADN encontrado en cuevas de Croacia y Rusia. Esto les ha permitido identificar mutaciones que seguramente eran muy comunes en los neandertales, pero que son muy raras en los humanos actuales.
Las mutaciones en un gen llamado SCN9A –que codifica para la proteína NaV1.7– persistieron porque todos los neandertales tenían tres mutaciones que alteraban la forma de la proteína. El hallazgo de la forma mutada del gen en ambos conjuntos de cromosomas en los tres neandertales, indica que era común en todas sus poblaciones.
La NaV1.7 actúa en los nervios del cuerpo, controlando hasta qué punto las señales de dolor se transmiten a lo largo de la médula espinal hasta el cerebro. «La han descrito como una especie de «control del volumen», que determina la cantidad de dolor que transmiten las fibras nerviosas», dice Zeberg. Algunas personas que poseen mutaciones genéticas extremadamente inusuales que desactivan la proteína no sienten dolor, mientras que otros cambios pueden predisponer a las personas en cuestión para que sufran dolor crónico.

Para investigar cómo pueden las mutaciones haber alterado los nervios de los neandertales, Zeberg introdujo su versión de la NaV1.7 en óvulos de rana y en células renales humanas –sistemas modelo útiles para caracterizar a las proteínas que controlan los impulsos nerviosos–. La proteína era más activa en las células que poseían las tres mutaciones que en las células que no habían sufrido esos cambios. En las fibras nerviosas, esto podría reducir el umbral a partir del cual se transmitiría una señal dolorosa, dice Zeberg.
Él y Pääbo buscaron luego humanos con la versión neandertal de la NaV1.7. Alrededor de un 0,4 por ciento de los participantes en el biobanco de Gran Bretaña, una base de datos de los genomas de medio millón de británicos, que aseguraron tener una sintomatología dolorosa tenían una copia del gen mutado. Nadie tenía dos, como era el caso de los neandertales. Los participantes con la versión mutada del gen tenían un 7 por ciento más de probabilidades de sentir dolor en su vida diaria que las personas que no lo tenían.
Neandertales sensibles
«Es un trabajo hermoso», porque muestra cómo algunos aspectos de la fisiología neandertal se pueden reconstruir estudiando a los humanos modernos, dice Cedric Boeckx, un neurocientífico que trabaja en la Institución Catalana de Investigación y Estudios Avanzados en Barcelona, España. En un estudio de 2019, Boeckx señaló otras tres proteínas que intervienen en la percepción del dolor que son diferentes en los humanos modernos y en los neandertales. Es posible que esos cambios sean una prueba de la existencia de diferencias en la resiliencia entre las dos especies, comenta Boeckx.
Pääbo y Zeberg advierten que sus hallazgos no significan necesariamente que los neandertales hubieran sentido más dolor que los humanos modernos. Las sensaciones transmitidas por la NaV1.7 son procesadas y modificadas en la médula espinal y en el cerebro, lo que también contribuye a la experiencia subjetiva de dolor.
Gary Lewin, un neurocientífico del centro Max Delbrück de Medicina Molecular de Berlín, señala que las variantes neandertales influyen muy poco en la función de la NaV1.7 –y mucho menos que otras mutaciones que están asociadas con el dolor crónico-. «Es difícil imaginarse por qué un neandertal querría ser más sensible al dolor», añade.
No está claro si las mutaciones evolucionaron porque fueran beneficiosas. Las poblaciones de neandertales estaban compuestas por pocos individuos y su diversidad genética era baja -condiciones que pueden ayudar a que las mutaciones perjudiciales persistan–. Pero Pääbo cree que el cambio «huele» a producto de la selección natural. Por ello, planea secuenciar los genomas de unos cien neandertales, lo que podría ayudar a proporcionar algunas respuestas.
En cualquier caso, «el dolor es algo adaptativo», señala Zeberg. «No es particularmente malo sentir dolor».
Ewen Callaway
Referencia:«A neanderthal sodium channel increases pain sensitivity in present-day humans», de H. Zeberg et al., en Current Biology, publicado el 23 de julio de 2020.

miércoles, 29 de julio de 2020

Un programa genético asegura la longevidad de las neuronas

El mecanismo, activo desde las primeras etapas del desarrollo neuronal, inhibe el proceso de muerte celular programada, o apoptosis, hecho que garantiza la supervivencia continua de las células nerviosas




l cerebro de los mamíferos presenta una capacidad de regeneración limitada. Por ello, la supervivencia de las neuronas resulta esencial para mantener la integridad de los circuitos neuronales y asegurar la correcta función cerebral. Ahora, un artículo, publicado en tiempo reciente por la revista Neuron, identifica el mecanismo genético responsable de la longevidad neuronal.

En su trabajo, los científicos de distintas universidades estadounidenses, liderados por Sika Zheng de la Universidad de California en Riverside, examinaron el proceso de muerte celular programada, conocido como apoptosis. Tras el análisis exhaustivo de 1821 genes involucrados en esta vía, centraron su atención en una pequeña secuencia de Bak1, el microexon número 5.

Los exones de un gen contienen la información necesaria para producir su proteína. Sin embargo, un mismo gen puede dar lugar a distintas proteínas mediante la combinación de sus exones. Ello ocurre durante el empalme, o splicing, alternativo. En las neuronas, la pérdida del microexon 5 origina una forma activa de Bak1 que promueve la muerte de las células. En cambio, la inclusión de este microexon inhibe la síntesis de Bak1.


De forma interesante, Bak1 se expresa de forma notable en el tejido cerebral embrionario. Esta etapa se caracteriza por la neurogénesis, o generación de nuevas neuronas, a partir de células madre precursoras, y la apoptosis garantiza la eliminación del exceso de sinapsis. No obstante, las neuronas se tornan resistentes a la muerte programada a medida que maduran, hecho que coincide con un aumento de la presencia del microexon 5.

A fin de confirmar el papel de la pequeña secuencia, los investigadores la eliminaron del genoma murino. Como resultado, el número de neuronas diferenciadas decreció notablemente. Asimismo, los ratones murieron a los 4 días de edad. La ausencia de leche materna en el estómago de las crías sugiere que la muerte neuronal afectaría a su capacidad para alimentarse.

Para Zeng y sus colaboradores, el hallazgo evidencia el programa temporal mediante el cual el empalme alternativo regula la apoptosis neuronal. Asimismo, corrobora que, a pesar del importante papel que desempeña durante el desarrollo, la atenuación de la muerte programada permite la supervivencia del cerebro, y el organismo, a largo plazo. En un futuro, los investigadores evaluarán si el mecanismo participa en el proceso de neurodegeneración, en trastornos como el alzhéimer.

Marta Pulido Salgado

Referencia: «Developmental attenuation of neuronal apoptosis by neural-specific splicing of Bak1 microexon», de L. Lin et al., en Neuron; 107: páginas 1-17, publicación avanzada en internet el 24 de julio de 2020.

domingo, 26 de julio de 2020

El duelo durante la pandemia de COVID-19

A causa de las medidas sanitarias, muchas personas no han podido acompañar o despedirse del ser querido en los últimos momentos de su vida. ¿Cómo deben afrontarse estas situaciones? El apoyo psicológico y los rituales de despedida ayudan en el proceso del duelo traumático




La pandemia de COVID-19 ha convertido la muerte en un acontecimiento todavía más trágico para numerosas personas: no han podido ver ni decir adiós a su ser querido.

El fracaso o la elaboración complicada del duelo puede originar problemas psicológicos, como trastornos de ansiedad, depresión o trastorno por estrés postraumático.

Existen medidas que pueden ayudar a elaborar el duelo, entre ellas, la intervención tele­psicológica o los rituales de despedida alternativos, como escribir una carta o crear una caja de recuerdos.


stoy sola y ¡necesito ayuda! El dolor me supera, no sé cómo lidiar con tanto sufrimiento. Ni sé por dónde empezar o si es normal lo que me pasa…». Estas líneas se repiten en los cientos de mensajes electrónicos que han ido y continúan llegando cada día al dispositivo de atención telepsicológica ayudaduelocopm@cop.es, que el Colegio Oficial de la Psicología de Madrid puso en marcha el pasado 23 de marzo. Las palabras que aterrizan en este servicio en línea de apoyo al duelo por COVID-19 reflejan los sentimientos que surgen una vez que el virus irrumpe en la vida de alguien y le arrebata a un ser querido. Una realidad que los números, aunque más fríos, también revelan.

A lo largo de tres meses (de marzo a junio), los psicólogos del servicio de apoyo al duelo atendieron a distancia y de forma gratuita una media de 11 demandantes por día a través de cinco o seis sesiones de entre 40 y 50minutos de duración cada una. En total, ayudaron en el proceso de duelo a 485 personas. La mayoría tenía entre 31 y 50 años (41,6 por ciento), seguidos de los mayores de 65 años (25,3 por ciento). Casi todos residían en Madrid (68 por ciento).

La pérdida en época de pandemia

El duelo no es un estado patológico, sino una etapa natural de la vida. Aceptar el fallecimiento de un ser querido nunca es tarea fácil, pero en una situación excepcional como la de la pandemia de COVID-19 existen factores que convierten la muerte en un acontecimiento aún más trágico. Algunos investigadores consideran que las últimas pandemias, como la del síndrome respiratorio agudo grave (SARS) o la del síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS), generaron un impacto psicológico equiparable al de otras catástrofes, como ataques terroristas o terremotos.



En este contexto, se antoja importante conocer cuál es el efecto psicológico de la COVID-19 y de las medidas de confinamiento, puesto que ello desempeñará un papel relevante en las personas que han perdido a un familiar y comenzarán su elaboración del duelo. Por otro lado, esos conocimientos pueden ayudar a prevenir el riesgo de padecer procesos de duelo complicados.

Distintas investigaciones, entre ellas el estudio de revisión llevado a cabo por Jeff Huarcaya-Victoria, de la Universidad de San Martín de Porres, señalan la ansiedad, la depresión y el estrés como principales consecuencias psicológicas de la pandemia del nuevo coronavirus. Asimismo, afirman que una situación de confinamiento incrementa los problemas psíquicos. Ello ocurre a través un potenciador principal: el distanciamiento social.

La falta de comunicación y de interrelación con otras personas puede favorecer el padecimiento de complicaciones psicológicas o psiquiátricas que van más allá de los síntomas aislados (estrés, irritabilidad, miedo, confusión, enfado, frustración y aburrimiento, entre otros). Entre estas enfermedades se encuentran el insomnio, la depresión o el trastorno por estrés postraumático (TEPT). En el caso de la COVID-19, todo ello se enmarca en un contexto donde la disponibilidad de intervenciones psicosociales se han visto paralizadas por el confinamiento.

Aislamiento y soledad

Cuando nos enfrentamos a experiencias vitales que nos ponen en situación de alta vulnerabilidad y dificultad, necesitamos el respaldo y el sostén emocional de nuestros seres queridos. Mas el contacto social ha estado limitado para la seguridad de todos, por lo que las personas han tenido que permanecer alejadas de su red social de apoyo. Pero una situación de confinamiento no solo se caracteriza por el aislamiento social, sino también por la soledad. Un sentimiento que afecta, sobre todo, a los mayores de 60 años.

Por definición, la vejez se acompaña de una sucesión de pérdidas (trabajo, estatus social, cónyuge, capacidades físicas, etcétera), lo que fomenta la sensación de soledad. Con todo, la viudedad suele ser el principal desencadenante de tal sentimiento en edades avanzadas. Según las estadísticas oficiales del 5 de mayo de 2020, los mayores de 70 años alcanzaban en España el 86,3 por ciento de los fallecidos por COVID-19, lo que sugiere que muchas de las personas que viven una situación de duelo podrían ser mayores. Una experiencia que, en numerosos casos, deben encarar en soledad. Como explica el especialista en duelo y profesor de la Universidad Ramón Llull, José Carlos Bermejo, la soledad por sí misma no produce síntomas graves, pero se torna en una experiencia desagradable y estresante cuando se encuentra asociada a un impacto emocional importante que comprende nerviosismo, angustia, sentimientos de tristeza, irritabilidad, mal humor, marginación social o creencias de rechazo, entre otras emociones.

Por otro lado, las imágenes traumáticas en los medios de comunicación y a nuestro alrededor se han convertido en habituales: personas enfermas, hospitales abocados al colapso, personal sanitario agotado, sepelios sin familiares, ciudades desiertas. Todo ello ha producido que tengamos que enfrentarnos a sentimientos y emociones tan novedosas como desconcertantes.



Duelo traumático

Los psicólogos somos conscientes de que faltan herramientas para elaborar tanto dolor colectivo, y sabemos que estamos ante un duelo de riesgo. El fracaso o la elaboración complicada del duelo da lugar a problemas psicológicos que, como hemos dicho, pueden cristalizarse en síntomas y síndromes clínicos, que podrían dificultar las relaciones sociales y la vida personal.

Pero ¿cuáles son los factores de riesgo que pueden convertir el dolor por la pérdida de un ser querido en un estado emocional patológico? En el caso de la COVID-19, se observan los siguientes: pérdidas múltiples, aislamiento social de los supervivientes en cuarentena, separación traumática por la hospitalización, incapacidad de comunicarse de forma fluida con el personal sanitario sobre el estado de salud del familiar, imposibilidad de ver o hablar con el ser querido o acompañarlo en los últimos momentos de su vida, ausencia del cuerpo para llorar, carencia de un funeral o de cualquier otro tipo de ritual social y personal, así como de la calidez y el afecto de la familia y la comunidad.

Cuando una muerte es previsible, cuando existe una consciencia y un conocimiento de la enfermedad y podemos acompañar y cuidar a nuestro familiar o amigo en los últimos días, el impacto de la pérdida se mitiga. Por el contrario, cuando la muerte llega inesperadamente, como un acontecimiento precipitado, estamos ante lo que se denomina una muerte traumática. En un espacio de tiempo muy breve, los dolientes han pasado de tener una vida normal a una situación de alerta por el virus. Han recibido la noticia del contagio, propio o de un familiar, unas medidas de protección por aislamiento, y les han comunicado la muerte de un ser querido. Un estrés emocional tan grande hace que las funciones de adaptación a la realidad se vean comprometidas y que sea altamente probable una respuesta de crisis o conmoción (shock).

Los supervivientes a una muerte traumática pueden experimentar síntomas de estrés postraumático: reviviscencias(flashbacks), trastornos del sueño, incapacidad de conectar con la realidad o consigo mismo, disociación, falta de recuerdos referentes a la pérdida, sensación de embotamiento o ansiedad. La necesidad de cerrar la situación inconclusa y de recuperar un sentimiento de integridad hace que los pensamientos intrusivos y los flashbacks sean constantes tentativos de organización y, al mismo tiempo, se interpretan como señales de amenaza continua. Los pensamientos y las imágenes intrusivas pueden llegar mientras el familiar intenta conectar con su ser querido, lo que dificulta el recuerdo y la adaptación al duelo.

Doble elaboración: duelo y trauma

En esta situación de pandemia nos encontramos frente a dos trabajos para el doliente: la elaboración de la pérdida y la elaboración del trauma. Se denomina trauma a algo que no se puede gestionar. Se trata de un momento en el cual todo se rompe sin posibilidad de control, ya que la persona se ve dominada por un estado de conmoción y la imposibilidad de huir de un evento imprevisible Ello rompe con los componentes habituales que influyen en la respuesta emocional de los humanos: la sensación de control sobre los eventos, la percepción de la responsabilidad frente a lo que sucede y, por último, el sentimiento de autoeficacia. Si las tres áreas sobre las que construimos el sentimiento de poder frente al mundo se encuentran fuera de la persona, la sensación de vulnerabilidad resulta extrema.

En mayo de este año, el investigador Nianqi Liu, de la Universidad de Medicina de Shanghái, junto con otros científicos, halló que en las zonas de China más afectadas por la pandemia, un 7 por ciento de la población presentaba síntomas de trastorno por estrés postraumático. Para reparar esta experiencia se tiene que poner en marcha un trabajo de integración de las partes fragmentadas. En la psicoterapia, el afectado irá reconstruyendo, poco a poco, las piezas de ese rompecabezas que se han roto: la vinculación con su ser querido y parte de los pilares de la propia identidad. A lo largo de ese proceso de reconstrucción son frecuentes las imágenes intrusivas y las reviviscencias que intentan, de una forma primitiva e instintiva, poner delante de la persona la tarea de la organización, pero también poseen el poder de «retraumatizar».

Fallecimiento en el hospital

Un aspecto añadido que dificulta el trabajo del duelo es el inherente a las circunstancias y al lugar de la muerte. Sabemos que un factor determinante para que los pacientes y los familiares se sientan seguros y cuidados por el personal sanitario durante la intervención de una enfermedad es la comunicación. Pero en el tratamiento de los pacientes con COVID-19, la comunicación ha sido uno de los puntos más frágiles de la atención, a pesar de la formación de los sanitarios y los protocolos existentes para ello.

La necesidad de tomar decisiones rápidas y de atender a un número desbordante de afectados han provocado que la comunicación fluida y regular con los familiares quedara en segundo término. Así, algunos familiares han recibido las noticias por teléfono, otros han visto cómo su ser querido fallecía a la espera de la atención en el domicilio o durante el traslado a un hospital, y muy pocos han podido tener una conversación con el médico en una sala adecuada donde explicarles la situación. En algunos casos, se tuvieron que derivar a otros centros de salud para su atención psicológica. Han quedado muchas dudas por resolver y preguntas por hacer, que flotarán en el aire durante mucho tiempo.

 

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Distanciamiento físico

Otro obstáculo a una relación más humanizada entre el personal sanitario y los pacientes han sido las medidas de protección al contagio que han interpuesto una distancia física inexpugnable en un momento en el que una relación cercana y afectiva podía ser de consuelo y acompañamiento para ambas partes. Tanto para las personas que se encontraban en sus últimos momentos de vida como para los familiares, que en algunos casos pudieron llegar a estar presentes en pasillos del hospital.

Conocer las circunstancias en las que se ha producido la muerte y no poder acompañar físicamente y, en la gran mayoría de los casos, ni siquiera mantener un último diálogo, hace que las probabilidades de que los familiares sufran un duelo desadaptativo aumenten.

Emociones en el duelo

El estado emocional en el duelo no es una progresión lineal, es más bien una adaptación constante a un vaivén de estados anímicos que no tiene lógica ni temporalidad. Hay emociones frecuentes durante la elaboración de la pérdida como la tristeza, la rabia, la culpa.

Sentirse «de bajón», sin alegría, deprimido, nostálgico es natural y no hay que evitarlo. Darse permiso para estar tristes y aceptar esta emoción como una forma todavía primordial de contacto con el fallecido ayuda a que la pérdida no sea tan desgarradora. Debajo de esta gran tristeza hay un gran amor. Pero cuando esta emoción no nos permite desarrollar nuestro día a día, deberíamos entender el mensaje que nos quiere expresar y buscar ayuda.

La rabia puede ser la primera manifestación de la tristeza y postergar el enfrentamiento con esta última. Sirve para evitar conectar con otras emociones hasta que sentimos estar preparados para afrontarlas. En un primer momento, esta emoción es comprensible y adaptativa, pero si no se le proporciona una salida, una expresión, acaba convirtiéndose en resentimiento. Puede ser fuente de profundo dolor y de un bloqueo frente a la vida.

No importa si estas emociones de culpa, enfado e ira tienen una base de verdad, de razón o si son puras elucubraciones: tienen una función. Sirven para mantener un contacto con el presente, para enfadarse con alguien, para aliviar el dolor, hasta que dejan de servir. Cuando se convierten en pensamientos cíclicos de emoción estancada, estamos delante de un asunto pendiente que impide el desarrollo del duelo. Desactivar la carga emocional de estos porquéses esencial para poder elaborar el proceso de duelo.

La comunicación es un factor determinante para que los pacientes y los familiares se sientan seguros y cuidados por el personal sanitario. [Getty Images / fizkes / iStock]
La comunicación es un factor determinante para que los pacientes y los familiares se sientan seguros y cuidados por el personal sanitario. [Getty Images / fizkes / iStock]

Sin velatorios ni funerales

La ceremonia de despedida es un momento esencial para la sociedad y los dolientes, pues permite cerrar una etapa a nivel emocional y empezar el camino de la elaboración del duelo. El rito representa una herramienta para simbolizar miedos, esperanzas, etapas y, en definitiva, devolver una sensación de control sobre los eventos. Pero debido al confinamiento y al riesgo de contagio, las familias se han visto imposibilitadas a la hora de celebrar funerales y velatorios, por tanto, difícilmente han podido cerrar emocionalmente esta etapa con su ser querido. Cuando esto no se permite, la despedida queda paralizada y da pie a que puedan originarse lo que se conoce como «asuntos pendientes».

Decir adiós desde la distancia nunca será lo mismo, pero es necesario buscar rituales y formas de conexión que unan para ponerse en contacto con el ser querido. Favorecer la creación de rituales simbólicos, como escribir una carta, confeccionar una caja de recuerdos, recopilar fotografías, organizar reuniones virtuales para recordar al difunto, crear piezas artísticas u otros recursos creativos de que disponga el doliente para rendir homenaje a la relación con su ser querido. Ello le posibilitará cerrar una etapa vital y abrirse a otra nueva. Curar esta herida de manera sana tendrá una repercusión fundamental a lo largo de su vida.

Encontrarse acompañado en los momentos en los que nos enfrentamos a emociones que generan un malestar psicológico puede suponer una gran diferencia al emprender ese camino solo. El objetivo del psicólogo reside en estar al lado de la persona doliente para ayudarla a aceptar y comprender el proceso de duelo. Todo eso se consigue recordándole las estrategias y herramientas con las que ya cuenta para colocar al ser querido en una nueva posición y establecer un modo distinto de vincularse a él.

No debemos olvidar que cada pérdida a la que nos enfrentamos en nuestra vida despierta el dolor de las precedentes, pero también recupera las herramientas que hemos construido para afrontarlas.