Si la garganta se siente rasposa y un cosquilleo molesta detrás de la nariz es casi seguro un resfriado. Ante esta amenaza, mucha gente se administra una buena dosis de vitamina C, con la esperanza de que esto evite la gripe o al menos que aminore sus síntomas y duración.
Esta costumbre empezó a adoptarse en el decenio de 1960, después de que un muy respetable científico, el premio Nóbel de Química, Linus Pauling, asegurara que grandes dosis de vitamina C (1,000 mg diarios) estimulaban al sistema inmunitario y podían prevenirse catarros y resfriados.
Muchos estudios clínicos se han realizado desde entonces para sustentar científicamente lo dicho por Pauling. Recientemente, unos investigadores han llevado a cabo una revisión exhaustiva de estos estudios y no han encontrado nada que sustente dicha práctica. El dato más positivo indica que con el consumo diario de dosis elevadas la duración del resfriado se reduce en los adultos en un ocho por ciento.
Sin embargo, también encontraron que si las personas que ingieren estas dosis se someten a un intenso estrés por temperaturas bajas extremas o grandes esfuerzos físicos, como el caso de los montañistas, esquiadores o maratonistas, los riesgos del resfriado decrecen en un 50 por ciento.
A Linus Pauling se lo recordará siempre como el gran químico que explicó la naturaleza del enlace entre los átomos y la estructura molecular de algunas proteínas, pero también como promotor de la venta de millones de tabletas de vitamina C.
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