Woody Allen, siempre tan agudo, dijo: La vida es una enfermedad mortal de transmisión sexual. Tampoco quiero llegar tan lejos en el artículo de hoy, pero sí quiero plantear que realmente envejecer es una enfermedad o un trastorno genético. Pero antes de que empecéis a pensar que estoy desvariando, dejadme dar una argumentación que tiene que ver con la enfermedad de Huntington, que afecta a 1 de cada 10.000 europeos.
Dicha enfermedad es uno de los síndromes neurodegenerativos más desagradables. Generalmente, a una edad que suele oscilar entre los 30 y 40 años, aparece primero como una psicosis leve, y no parece especialmente grave. Pero a medida que la enfermedad avanza, los episodios psicóticos aumentan en frecuencia y gravedad. También se deteriora la coordinación motora, aparece una rigidez característica en la manera de andar y el movimiento, que con el tiempo acaba en parálisis. En la fase final del trastorno, que puede tardar diez o veinte años en llegar, el paciente se vuelve demente y experimenta ataques nerviosos, uno de los cuales acaba siendo fatal.
Es una enfermedad hereditaria que puede persistir en una familia durante generaciones. La enfermedad viene causada por mutaciones dominantes que inutilizan una proteína que actúa en las conexiones sinápticas de las neuronas del cerebro. Por razones que no se acaban de comprender, la forma mutante de la proteína inicia un programa molecular que mata gradualmente las neuronas. Como podéis ver, una auténtica bomba de relojería.
Fue George Huntington, un médico de Nueva York quien en 1872 describió el trastorno a partir de algunas familias de Long Island, Nueva York. Entre los antepasados de estas había un tal Jeffrey Harris, que había emigrado de Leicester, Inglaterra, en 1634. Casi con toda certeza padecía la enfermedad, al igual que muchos de sus descendientes de hoy en día. En Sudáfrica, unos 200 pacientes con la enfermedad descienden de Elsje Cloetens, la hija de un holandés que llegó con Jan van Riebeeck para fundar Cabo Colonia en 1652. Un grupo numeroso de pacientes con la enfermedad viven cerca del lago Maracaibo, Venezuela, y son descendientes de un minero alemán que desembarcó allí en 1860 (en este enlace dicen que era un marinero español que provenía de Hamburgo).
La enfermedad de Huntington tiene algunas características peculiares. Una de ellas es la manera en que los síntomas se agravan de una generación a otra. Este fenómeno, llamado “anticipación”, surge de una particularidad del propio gen de Huntington y de las mutaciones que causan la enfermedad. El gen contiene una región en la que tres nucleótidos, CAG, se repiten una y otra vez. Casi todo el mundo tiene entre 8 y 36 de esas repeticiones. Las mutaciones de la enfermedad aumentan el número de repeticiones, desordenando la estructura de la proteína. Varias mutaciones de este tipo dañan aún más la proteína en sucesivas generaciones, aumentando la gravedad de la dolencia.
Por tanto, tenemos a todas luces una enfermedad genética. Hasta aquí creo que estamos todos de acuerdo.
¿Cómo es posible que una enfermedad tan letal pueda persistir durante generaciones? En 1941, el brillante y excéntrico genetista J.B.S. Haldane propuso una respuesta. Señaló que, contrariamente a la mayoría de los trastornos genéticos, los síntomas de la enfermedad de Huntington aparecen generalmente a mediana edad, en un momento en el que casi todas las personas con el gen defectuoso ya han tenido hijos, cada uno de los cuales tiene el 50% de probabilidades de heredar ese gen. Existen otras mutaciones dominantes más letales que matan en la infancia, pero nunca se transmiten a la generación siguiente ya que quien la tiene no deja descendencia. Sin embargo, la mutación de Huntington apenas perjudica el éxito reproductivo de sus portadores. Y, de hecho, la mediana edad es prácticamente invisible para la selección natural.
Pocos trastornos causados por una sola mutación tienen unos efectos tan devastadores en una fase tan tardía de la vida. Pero pensar que la forma de actuar esta enfermedad es peculiar, a mediana edad, es engañosa. La explicación de Haldane de por qué es tan común también explica, con una pequeña generalización, por qué nosotros, y casi todos los animales, envejecemos.
Imaginad que en vez de afectar a la mediana edad afectara a los 80 años o 90 años. Claro, a estas edades decimos que somos viejos, pero ¿qué es lo que me impide pensar que la vejez esté constituida por uno o muchos trastornos genéticos? ¿que se producen a edades muy posteriores? Además, al igual que la enfermedad de la que habamos en cuestión, determinados trastornos de la vejez sólo afectan a algunos. Es cierto que algunos trastornos nos afectan a todos, pero también podríamos considerarlos como una enfermedad genética.
Es cierto que no se sabe gran cosa de otras bombas de relojería que tienen la vida mucho más larga. Pero supongamos que existen. Aun así, no basta para explicar el envejecimiento. También es necesario saber cómo esas bombas de relojería han acabado formando parte tan ineludible de nuestras vidas. Haldane decía que, simplemente, la enfermedad de Huntington no está contemplada por la selección natural. Pues la misma explicación se puede aplicar de una forma más general.
En nuestros días, muy pocos hombres han engendrado hijos a los 20 años. Imaginemos que existe una mutación que hace que el individuo se vuelva impotente a partir de esa edad o, simplemente, muera. Esos hombres, por lo que se refiere a la posterioridad genética, una vez engendrados sus hijos, es como si nunca hubieran nacido. Imaginemos ahora que fuera una mutación que causara lo mismo, pero que en lugar de a los 20, sucediera a los 90 años. Esa mutación afectará a todos sus descendientes. Aunque haya sido una mutación por azar, la consecuencia es que muchos de los descendientes serán impotentes a los 90 años pero, ¿acaso no sucede algo similar hoy día?
Este punto de vista va en contra de casi todas las definiciones de enfermedad. La tradición médica distingue entre envejecimiento “normal”, contra el cual no se puede hacer nada, y “trastornos relacionados con la edad”, como la arteriosclerosis, el cáncer y la osteoporosis, que consumen una gran cantidad de los presupuestos de la Seguridad Social.
Pero esta distinción es muy artificial, y más bien parece una ficción médica necesaria que permite que los médicos hagan caso omiso de una enfermedad que nos afecta a todos pero que son incapaces de curar o incluso de aliviar. Y si lo entendemos de esta manera, el envejecimiento es ni más ni menos que uno o muchos trastornos genéticos.
Hay varios ejemplos de estos tipos de enfermedades. Hay una mutación llamada SOST que provoca esclerosis a los afrikaans: los niños no quedan relativamente afectados, pero el exceso de crecimiento del hueso mata a una mediana edad; hay otra en el conocido gen BRCA1, el del cáncer de pecho cuyos efectos perniciosos sólo los perciben las mujeres entre los 30 y los 40; y también existe una variante del gen APOE llamada ApoE-ε4 que predispone a los ancianos a sufrir ataques de corazón y Alzheimer.
Estas enfermedades, ¿son achacables a la vejez o a un trastorno genético?
Por tanto, la explicación evolutiva de por qué nosotros y casi todas las demás criaturas envejecemos se basa en dos ideas, ambas implícitas en la explicación de Haldane:
- Una mutación puede causar una enfermedad que avance lentamente.
- Los efectos nocivos sólo se dejan sentir tan sólo en una fase tardía de la vida.
Estas ideas las utilizó otro científico, sir Peter Medawar, para explicar las diversas formas en que nuestros cuerpos se estropean con el envejecimiento. Algunas mutaciones dañan la capacidad cardiovascular, otras nuestra resistencia al cáncer o a los patógenos, otra a la virilidad y otras a nuestra inteligencia. Esas mutaciones de mecha larga nos han afectado siempre y, sin que la selección natural lo impidiera, se han extendido y hecho universales.
Aceptemos, por tanto, que el envejecimiento se debe a la incapacidad de la selección natural para actuar contra las mutaciones que causan enfermedad en la vejez. Una posible solución para hacer intervenir a la selección natural en la longevidad sería no permitir la reproducción hasta edades elevadas. De esta manera, los descendientes habrían heredado características que los harían más longevos. Bastaría con no permitir la reproducción a aquellos individuos particularmente longevos o separar las crías que han salido de individuos cuando estos son mayores.
¿Funcionaría? ¿Sería posible crear una raza de seres particularmente longevos utilizando este razonamiento?
Esta idea es la que estaban barajando unos científicos el año 1980. Ya supondréis que no utilizaron seres humanos sino un insecto más famoso en los laboratorios: la mosca de la fruta. Estos insectos pueden engendrar a las dos semanas de edad, casi tan pronto como emerge de crisálida, pero a las diez semanas son bastante viejos, quizás tanto como un ser humano octogenario. Las moscas que llegan a esa edad tienen las alas destrozadas y sus patas son muy débiles. Sin embargo, ponen unos cuantos huevos.
Los científicos fueron seleccionando esos huevos, generación tras generación, puestos por esas viejas moscas. Y sí, favoreció los polimorfismos genéticos que fomentaban la supervivencia y la fertilidad en la vejez. A medida que estos factores aumentaban en frecuencia, las moscas evolucionaban hacia una vida más larga. El resultado fue el esperado.
Pero hubo varias cosas que sorprendieron a los propios científicos. Una de ellas fue la velocidad extraordinaria a la que todo sucedió: en diez generaciones de cría selectiva la longevidad aumentó en un 30%. En humanos sería pasar de una media de 78 años a otra de más de 100. Después de 50 generaciones la esperanza de vida de aquellas moscas se dobló. Y más curiosas son las cosas que se encontraron cuando examinaron atentamente aquellas moscas. Se descubrió que eran extraordinariamente resistentes. Privadas de comida o agua o sometidas a agentes químicos nocivos, sobrevivían allí donde las moscas menos longevas morían.
Pero no todo eran ventajas. El esplendor de la vejez tenía su precio. Las hembras ponían menos huevos y los machos se mostraban menos dispuestos a copular. Hacían acopio de sus recursos y acumulaban reservas de grasas y azúcares. Se volvían haraganas, se movían, respiraban y metabolizaban más lentamente que las moscas normales.
Aquí ahora cabría preguntarse: ¿qué es preferible? ¿una vida más corta y más intensa en su juventud? ¿o una vida más larga pero con menos intensidad en todas sus fases?
Es para pensárselo, ¿no?
Fuente:
Armand Marie Leroi, Mutantes.
http://www.historiasdelaciencia.com/?p=984
Armand Marie Leroi, Mutantes.
http://www.historiasdelaciencia.com/?p=984